lunes, 1 de diciembre de 2014

El cielo sobre Gubbio

Hace más de 10 años unos queridos amigos decidieron cortar con la vida en la ciudad y se fueron al medio de la campiña italiana a sacar adelante un proyecto personal, en la punta de una montaña. Visitarlos y convivir unos días con ellos, es siempre una experiencia increíble, llena de aprendizajes…  Y esta ocasión no fue la excepción, sólo que esta vez me llamó la atención algo bastante común para los que viven en la campiña y que para mí fue un asombroso  descubrimiento: el cielo.

Cuando al segundo día paró de llover y la mañana nos regaló un delicado sol de otoño, me sorprendí viendo un cielo que tenía mucho tiempo que no veía. Es decir,  vi un cielo real. Un cielo con nubes gorditas, con profundidad, peso específico y personalidad. Hacía tanto tiempo que no veía un cielo así… 

¿Qué cómo es el cielo que veo todos los días? Es una cosa extraña. Puede que amanezca muy azul… pero ya en la mañana temprano cientos de rayas larguísimas y blancas comienzan a diseñar una geometría que pareciera diseñada por un Mondríán trasnochado y caprichoso. Un cielo muy pero muy lejos de aquellos cielos con nubes, con los que yo me entretenía cuando era pequeña y que de nuevo volví a ver en Gubbio.

El cielo que yo veo ahora levanta sospechas. Invita a tejer suspicacias. El azul se esconde detrás de esas rayas que comienzan como a derretirse , cubriéndolo todo de un velo blancuzco, que se interpone entre nosotros y el cielo real. Y claro, en este cielo urbano, no hay formas, ni nubes gorditas ni nada. Sólo un manto lechoso, que transforma todo en un día de nubes tristísimas

Que lo hacen para protegernos de los rayos ultravioletas o de los cambios climáticos. Que es un proyecto de quién sabe qué para adormecernos o estupidizarnos…Que son virus que esparcen en el aire…. Cientos de conjeturas y teorías conspiratorias… Pero lo que yo añoro es ese otro cielo, ese donde suceden cosas interesantes, parafraseando a Cortázar. Porque si está claro que el cielo no es para todo el mundo, éste que vemos con los ojos, el que sólo hace falta levantar la cabeza para mirarlo y constatar que está allí, ese, muy calladamente y como sin que nadie se dé cuenta, alguien, no sé quién, nos lo está quitando.