jueves, 28 de julio de 2011

El poder de la mirada.

Parece una versión remixada del dios Thor. O el prototipo de “la raza superior” de Hitler. Algo tiene de uno y de otro. O por lo menos esa fue la impresión que me dio al ver la foto que ha circulado de él en los medios de todo el mundo. Supuestamente una de las fotos que el propio Anders Behring Breivik subió a su facebook , abierto hace escasamente una semana, y ahora clausurado por la policía noruega.

¿Cómo pudo una sola persona matar a más de 80 jóvenes “atrapados” en una isla pequeñita a 40 km de Oslo, donde estaban congregados más de 700? El mismo Breivik en su twitter y alterando una frase de Stuart Mill, el 17 de julio escribió lo que hoy puede calificarse como una respuesta anticipada: “Una persona con una creencia iguala la fuerza de 100.000 que sólo tiene intereses”. Y aunque la frase original de Mill no es exactamente esa, el sentido sí lo es. Una idea y la convicción en ella, es más fuerte que una bomba atómica.

Y lo que más me abruma de esta noticia es el escandaloso desequilibrio de fuerzas. Por un lado, un hombre de 32 años con un rifle de repetición. Y por el otro, setecientas personas. No 5, 10, 20. No. Setecientos jóvenes bien alimentados, informados, despiertísimos. Y nada. Breivik dispuso de 90 largos minutos para disfrutar de su matanza. En la misma cantidad de tiempo, en la que cualquiera de nosotros se entrega ingenuamente a ver una película, Breivik mató a más de 80 jóvenes, a razón casi de uno por minuto. Luego lo atrapó la policía.

Breivik odia a la izquierda. A los extranjeros en general. Y a los musulmanes, en particular. El viernes en Oslo y en la isla de Utoya dejó muy claro el tamaño de su odio.

No fue casual que el mismo día que se dio a conocer la tragedia, me tropezara con unas fotos desconocidas de Hitler en el apogeo de su gloria, en un artículo bastante sugestivo: Hitler inédito. La atracción por el mal. Ahí me enteré de dos cosas que le impactaban enormemente a las personas que lo conocían: Su apretón de manos y sus famosos ojos de acero que miraban sin pestañear. Y esa mirada inexpresiva, esa puesta en escena absolutamente teatral que siempre fueron todas las fotos que se dejó tomar, siguen siendo hoy un enorme enigma. Uno mira y vuelve a mirarlas a ver si desentraña algo, si encuentra alguna pista que explique cómo pudo llevar a la muerte a más de 40 millones de personas y casi borrar a un pueblo de la faz de la tierra. Y no hay pistas. Nada que explique el tamaño del horror.

Esa misma atracción la sentí con la foto de Breivik. Entonces traté de buscar en su mirada, en la comisura de los labios, en su actitud hierática y helada algún indicio que me explicara tanto odio. No lo encontré.

Un estudioso de la vida de Hitler, Ron Rosenbaum, dice que Hitler en su bunker se escapó de la explicación última. ¿Algo podría explicarlo? ¿Qué nos puede decir Breivik? ¿Acaso el mal tiene alguna explicación? No sé.

viernes, 15 de julio de 2011

Volver

La historia es muy rara. Allá por 1908 un presidente venezolano, Cipriano Castro, aquejado de una difícil enfermedad viajó a  Alemania y dejó el país en manos de su compadre, el general Juan Vicente Gómez. Lo operaron exitosamente, pero no pudo volver. Gómez se quedó con el poder, durante 27 largos años. Castro, murió en el exilio. Seguramente este episodio histórico, tuvo que tenerlo muy presente Chávez durante su convalecencia en La Habana.


Y como para no tentar al destino, el domingo 3 a la noche, desoyendo incluso a sus más cercanos amigos, Chávez emprendió el viaje de regreso a Caracas, no fuera que alguno de sus allegados se avivara, y lo dejara con los crespos hechos. Pero no. Llegó en plena madrugada del lunes 4. Con cara de cansancio y entonando algunas notas de “las bellas noches de Maiquetía”.

Y mientras nos imaginamos a Chávez en ese primer fin de semana de julio, deshojando una margarita en La Habana para saber “si vuelvo o no a Caracas”, a miles de kilómetros de la isla caribeña y con el lujo decadente de las monarquías de medio pelo, en Montecarlo, una mujer lindísima, vestida con un impresionante traje de Armani, salía de la Capilla de Santa Devota convertida en princesa y llorando desconsoladamente, convencida hasta los tuétanos de que se había casado con un sapo horripilante.

Esa mujer con la cara desencajada, durante meses luchó por volver a su país y huirle a su destino de princesa serenísima. Lo intentó 3 veces y no lo logró. La última vez, se asiló en la embajada de su país en Paris y ni siquiera allí estuvo a salvo. Le confiscaron el pasaporte y tuvo que regresar a Mónaco como nenita regañada.

Chávez no pudo asistir a los actos por el Bicentenario de la Independencia. Se tuvo que conformar con un mensaje televisado. Charlene, la princesa triste, volvió finalmente a su Sudáfrica natal para iniciar su “luna de miel” pero fue demasiado tarde. Los chismes en torno a su destino de princesa infeliz, indignada y humillada por las infidelidades de su “príncipe azul”, dieron la vuelta al mundo.


El viaje de bodas terminó antes de lo esperado y Charlene regresó a Mónaco. Por su parte Chávez asistió a una misa para rezar por su salud y aunar fuerzas para la batalla que tiene que librar contra el cáncer. Ese mismo día, regresaba Facundo Cabral a Buenos Aires, acribillado por múltiples disparos que no iban dirigidos a él. Algunos dicen que Chávez volvió para morir en su país. Charlene volvió al suyo, convertida en una muerta en vida… Y Facundo, para que lo lloraran todos.