lunes, 30 de noviembre de 2020

Hola, Pirámide del Sol?

A mi papá lo operaron dos veces de la misma hernia discal.
La primera intervención fue todo un éxito. La segunda, no lo fue tanto.

Para celebrar que todo había salido bien en la que luego sabríamos que fue su primera operación, mi papá se regaló un viaje a NY, su ciudad favorita. Lamentablemente una tarde lluviosa se cayó. Y dónde se golpeó? A los tres meses estaba de vuelta en el quirófano con la espalda y el ánimo muy complicados.

Yo en esa época me había convertido en una especie de “madre sustituta” de mi papá . Vivía preocupadísima por él, como si fuera un niño. Y él qué decía? Se reía de semejante disparate. Pero yo como si nada.  Ante tamaña distorsión, cualquier cosa era posible. Y lo fue.

Los resultados de la segunda operación fueron un desastre, al mezclarse magistralmente tres ingredientes explosivos: la negligencia médica, la depresión de mi papá y la locura de su supuesta madre, es decir yo.

La internación que estaba estipulada para 4 días se convirtió en semanas La única certeza que teníamos era que cada día en la clínica significaba muchísimo dinero. Y nuestra situación económica no era la mejor. Qué hacemos? Cómo afrontamos este problema? Obviamente tomando la solución más coherente.

Días antes una amiga me lo había recomendado. Llamé de inmediato al hombre. Me pidió los datos de mi papá: su fecha de nacimiento y el año. Su estatura, su peso. La ubicación exacta de los discos afectados  por la hernia y luego de hacer una evaluación solar de su caso, me llamaría.

A los dos días me llamó y me pidió que le llevara a su consultorio un interior de mi papá, una bandeja de madera y una fuente de vidrio lo suficientemente grande para sumergir en ella  el interior y poder corroborar el diagnóstico  solar y elaborar una estrategia.

Esperé ansiosa nuestro próximo encuentro donde me explicaría las acciones a seguir para que mi papá pudiera salir airoso de la clínica.

-Hay que hacer una conexión con la Pirámide del Sol.
-Con la Pirámide del Sol, en México?
-Sí, la misma. Su papá tiene una deficiencia de luz muy aguda en la columna que avanza por todo su cuerpo y solo una conexión directa con una fuente energética poderosa podrá salvarlo.
-Y cuándo hará esa conexión?
-Hoy mismo.
-Y los resultados?
-A partir de mañana comienza la recuperación de su papá.

Además de la bandeja, el recipiente de cristal y el interior de mi papa,  la conexión con la Pirámide y el tiempo implicado en ello no fueron gratis. Yo pagué lo que tenía que pagar.

48 horas después le detectaron a mi papá una Salmonelosis galopante. Volví a mi casa desesperada. Llamé al hombre y le conté lo que estaba pasando.  

-Me conecto de inmediato, me dijo
-No hay problemas con la diferencia horaria?
-No. Me conecto ya. El caso es urgente. Llámeme en media hora.
-Así haré.

-Con quién hablabas? Me preguntó mi marido.
Le conté angustiada que estaba esperando la respuesta de la Pirámide.
-Cuál Pirámide?

Media hora después no llamé a nadie. Tampoco me llamaron para darme una respuesta. Mi papá gracias a Dios, salió de la clínica luego de otras dos semanas sin la ayuda energética que me habían prometido. La vida continuó y  mi papá ni se enteró de que le faltaba un calzoncillo.  







jueves, 5 de noviembre de 2020

Las vidas de Milú

Hugo Broggie me la regaló cuando tendría 5 ó 6 años.

-Se llama Milú como el perrito de Tin Tin, me dijo. 

Pero no era un Fox Terrier, era una Caniche blanca. Y  me entregó una hermosa bolita de pelos blancos rizados y ojos muy negros. Amor a primera vista. 

Milú se convirtió en una hermanita para mi  y mi mamá era nuestra mamá. En ese universo cerrado eramos felices las tres.

Gracias a la obsesión de mi papá con la fotografía, conservo un registro visual de muchos momentos compartidos con ella: mi graducación de preescolar muy orgullosa con mi diploma y mi perrita Milú. Años después, sentada en el piso estudiando con mi perrita al lado. Viendo televisión juntas... 

Una oscurísima  noche murió Milú, luego de dar su paseo nocturno por los jardines vecinos. Estaba cruzando la calle y la atropelló un Volkswagen que arremetió contra ella impasible ante nuestros gritos. Milú murió a los pies de mi mamá, su mamá. 

Al día siguiente mi papá me sorprendió con otra perrita.  Una ternura de cachorrita Cooker Spaniel, de pelaje dorado a la que bautizamos Milú Segunda.

Irónicamente Milú Segunda fue la antítesis de su predecesora. Era arisca y con muy mal genio. Siempre estaba apartada de todos. No le gustaba jugar conmigo. 

A los 6 meses  y en brazos de mi papá le metió un mordisco en la cara que casi le arranca un ojo. Nos quedamos helados. La perrita lo adoraba y viceversa.  Esa reacción fue a todas luces una alarma de que algo muy malo le pasaba a esta nueva Milú.

Su violencia siguió en aumento. Una tarde la señora Fékete, nuestra vecina, vino a traernos una torta de regalo. Calzaba sandalias. La perrita se abalanzó a los pies de la anciana y comenzó a morderle los dedos. La escena fue dantesca. La torta se estrelló contra el piso. La señora Fékete gritaba de dolor mientras Milú  no paraba de aullar y morderla. Resultado, a la señora Fékete le tuvieron que dar varios puntos en una emergencia porque Milú  casi le arranca el dedo gordo del pie.

Milú se convirtió  en la versión perruna de Dr. Yekyll y Mr Hyde. De día era medianamente normal, pero a la noche se transformaba en monstruo. Se apostaba en el pasillo que comunicaba el comedor con la cocina y a todo aquel que se le ocurriera pasar por ahí lo atacaba a mordiscasos acompañados por aullidos infernales.

Estábamos muy preocupados. El veterinario aconsejó que la cruzáramos. Tal vez así mejoraría su caracter. Por suerte, fue amable con su novio. Tuvo 3 cachorritos. Se comió a uno.  Su disfuncionalidad continuó intacta.

Una noche accidentalmente descubrimos un arma para defendernos. Una desvencijada puerta de metal de un viejo mueble de la cocina. El ruido que causó al caerse hizo que la perra huyera despavorida. Esa puerta se convirtió en nuestra salvación.
 
No fue fácil acostumbrarnos a esa nueva rutina  de caminar haciendo ruido con una puerta para ahuyentar a nuestro depredador nocturno. Llegamos a estar tan perfectamente sincronizados que nos pasábamos el "testigo" de la puerta de unas manos a otras. Un descuido en la estrategia nos habría colocado nuevamente  en situación de peligro y nadie quería vivir esa desagradable experiencia.

Un día no pudimos más. El veterinario le explicó a mi mamá que Milú era un animal evidentemente muy traumatizado.  Qué habría vivido esa perrita para estar tan desequilibrada? Hubo que sacrificarla. Me acuerdo todavía la cara de dolor de mi mamá de regreso del veterinario. Se quedó dormida, me dijo. No sufrió nada. 

Volvimos a la normalidad. La vieja puerta de metal dejó de ser nuestro  héroe salvador.  Mi papá quedó tan afectado que esta vez no salió corriendo a reemplazar a nadie. Para todos quedó claro que  la dinastía de las “Miluses” había terminado ahí y que la próxima mascota tendría, por lo menos, otro nombre.