Felicidad se fue hace como dos años. Fue algo lento, progresivo y creo que asistimos a su deterioro sin saber qué hacer para revertir aquello.
Porque aquello era que se estaba muriendo. A pesar de sus hojitas tan verdes, de aquella aparente explosión de clorofila, Felicidad estaba my enferma.
Empezó todo así como de la nada. A las pocas semanas las hojas pegadas a la tierra comenzaron a amarillearse y caerse. Luego las ramas tomaron un color muy oscuro, casi negro. Como si se estuviera quemando por dentro. Y los brotes se morían. Y las hojas caían al suelo ya no amarillas, sino marrones.
El verde tan alegre del principio se fue transformando en otra cosa.
Investigamos cuál seria la enfermedad de Felicidad. Fuimos a viveros con las hojitas enfermas, hablamos con jardineros. Nos recomendaron abonos, oxígeno, alimentación extra. No mejoraba.
Nadie entendía qué le pasaba a Felicidad. Y Felicidad seguía cada vez más triste, más mustia. Era un cadáver de planta. Y se fue apagando así irremediablemente hasta que sólo quedó el tronco. Un tronco duro, vacío, reseco. Puro silencio. Y muchas preguntas.
Tal vez el nombre la desgració. A veces hay palabras que pesan mucho.