sábado, 8 de agosto de 2020

La noche de aquel viernes

 Fue el mismo viernes, pero ya a la noche. Atrás habían quedado La Peste, Conchita y mi enorme descompostura estomacal. Me esperaba un reencuentro con mis amigos de toda la vida, en la casa de mi querida comadre.

Esa noche fue como una versión libre del final de “El pez que fuma”, donde luego del velorio por la muerte de La Garza todo mutó en una fiesta, es decir, continuó la vida.

Mi vida también continuó y esa noche me tendría reservada una sorpresa muy linda. Invitaron a ese reencuentro a mi amada psiquiatra, a quien no veía desde hacia muchos años.

Luz Maya fue mi psiquiatra y la psiquiatra de media publicidad caraqueña. La amaba porque no solo era una excelente profesional, sino porque también tenía un humor increíble. Y esa es una de las virtudes que más valoro de las personas: la capacidad de reírse de sí mismas.

La conocí cuando vino la separación con José y yo me sentía mega culpable de todo. Me acuerdo que la llamé y le dije que estaba a punto de convertirme en un zapato si no me atendía esa misma tarde.

Luz Maya se rió y abrió un hueco en su apretada agenda para atenderme. Esa misma tarde caí rendida de amor hacia su forma de encarar los problemas. Ella me ayudó mucho con su “terapia de cogniciones” y con su manera tan particular de quitarle drama a todas las situaciones a través de un humor casi exquisito.

Volver a verla fue por supuesto,  una alegría inmensa. Me preguntó por mi vida en Buenos Aires y si me estaba tratando con algún profesional. No le hablé de mi experiencia con una psicóloga freudiana, con la que me estuve tratando durante 4 años sin mayores resultados. Y cómo durante todo ese tiempo y en simultáneo, antes de verla, me iba con mi amiga Viviana a Montechingolo, un barrio deprimidísimo del Gran Buenos Aires, a tener una sesión con  Marta, una bruja con mucho prestigio, que no tenía tarifa y que me decía lo mismo que la psicóloga, pero con otro vocabulario.

Creo que a Leonor, que así se llamaba la psicóloga, este contrapunto de opiniones con una bruja de Montechingolo, le debería dar por el hígado. Nuestra relación, como era de esperarse, terminó con una discusión. Con la bruja, fue la policía la que se encargó de cortar nuestros encuentros semanales.  

Pero eso era mucho pasado, cuando esa noche me vi con Luz Maya. Sí le conté en cambio y con evidente entusiasmo, que estaba tratándome  en ese momento con una psicóloga transpersonal que insistía en profundizar en mi escandalosa claustrofobia.

-Transpersonal… qué es eso? Nunca lo había oído.
Le dije que era una tendencia muy reciente y que tal vez no habría llegado todavía a Caracas. Mi psiquiatra se reía a carcajadas, viendo mi esfuerzo por hacerle entender en qué consistía la famosa transpersonalidad de mi terapia…
Lamentablemente no fui muy clara, creo que yo tampoco lo tenía claro.

Lo que sí me dijo con rotunda claridad, fue una frase que todavía hoy recuerdo:  
-Por favor, nunca le digas a ningún profesional que en algún momento yo te di de alta.

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