lunes, 5 de septiembre de 2011

Odas Elementales

He de reconocer que soy hiperbólica. Será porque ví muchas telenovelas en mi vida o quizá porque soy de piscis... No sé. Lo cierto es que cuando en 1998 me surgió la posibilidad de vivir en Chile, mi primera reacción fue un no rotundo, porque de sólo pensar en tropezarme con un carabinero, se me paralizaba la sangre.

¿Cómo voy a vivir en el país dónde mataron a Allende y los asesinos siguen impunes? ¿Cómo voy a creer en un país que no reconoce su tragedia? No, yo a Chile no me voy… ¿Pero cómo, y el milagro chileno? No. No creo en ningún milagro, si no hay perdón o condena o algo que repare el horror…

Para matizar tanta ortodoxia, decidí conocer Chile. Porque a pesar de los carabineros y de Pinochet, Chile es también y sobre todo el hogar de Neruda . Y al regreso de esa poesía maravillosa convertida en casa que es Isla Negra, me perdí en un barrio a la entrada de Santiago. En la apoteosis del milagro chileno, yo me encontré de repente en una calle de tierra, en medio de una olla popular y rodeada de una miseria escandalosa y profundamente triste. ¿Pero cómo? ¿El crecimiento económico no llegó hasta aquí? Parece que no.

Por suerte no me fui a vivir a Santiago. Pero Chile y su buena reputación siguieron consolidándose. Algún terremoto social de baja intensidad descolocó de vez en cuando la estantería democrática, nada para alarmarse. La transición, la impecabilidad política y financiera de Chile fue la envidia de todos. Incluso hasta Obama en marzo de este año, no escatimó halagos con el país vecino. Pero tanta asepsia tenía su lado oscuro. La más civilizada transición democrática que se haya visto en los anales de la historia, tuvo su precio. Y llegó el tiempo de pagarlo.

Con Pinochet, Chile se alejó de los derechos garantizados por el estado (entre ellos la educación pública) para acercarse a un modelo basado en el individualismo y la empresa privada. Hoy son los jóvenes quienes reclaman esos derechos elementales. Porque son ellos quienes viven en carne propia el legado de las decisiones del gobierno militar que los deja sin futuro, sin oportunidades. Reclaman y exigen la opción de una educación gratuita en un país donde la educación no es un derecho fundamental sino un privilegio al que acceden unos pocos. Porque es carísima, porque para costearla hay que endeudarse, hipotecarse o abandonarla. Y cuando se llega a eso ya no hay porvenir, no hay esperanzas, no hay nada.

“Las olas dicen a la costa firme: Todo será cumplido”. Con esa sentencia implacable termina una de las Odas Elementales de Neruda, la Oda a la Esperanza. Y en estos días de tanta marea revuelta en Chile, sólo nos queda confiar en el oráculo marino.

Si “todo será cumplido”, entonces Chile está naciendo en estos momentos a una gran transformación. Es el Canto General que nace de las entrañas. De ese ciego, callado y soterrado malestar que se gestó en la dictadura y que durante estos años ha crecido y ya nada puede detenerlo. Finalmente, tanta muerte y tanto dolor no habrán sido en vano.

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