lunes, 1 de junio de 2020

Erundina y el miedo



Durante unos años quise ser una señora cheta, o pija, o fresa. Pero nada. No lo pude lograr. Aunque reconozco que estuve muy cerca de alcanzar el objetivo.

Regresamos a Buenos Aires y fuimos a vivir a un piso. No a un departamento. A un piso con ascensor privado, en medio del barrio de  Belgrano. Qué glamour y qué derroche de elegancia me había tocado en suerte.

El piso era, como le corresponde a cualquier piso que se precie de tal, un piso enorme, con unas vistas increíbles. Unos espacios gigantes. Luz a raudales. Felicidad plena.

Y el ascensor… El ascensor dorado estaba lleno de espejos y podía verme desde todos los ángulos posibles. Además  subía y bajaba los 12 pisos muy relajada porque siempre estaba en la entrada o un vigilante o el portero.  Es decir, ante cualquier posible eventualidad, alguien, de manera diligente vendría en mi auxilio… Qué más podría pedir una claustrofóbica como yo? El cielo, en forma de ascensor.

En ese paraíso terrenal, había un lugar que me causaba cierta inquietud. El cuarto de servicio no me gustaba. Había solo un viejo armario, pero algo andaba mal allí. Me sentía incómoda.

Una mañana, de pasada para prepararme el desayuno la vi en ese cuarto. Estaba sentada al borde de una cama poniéndose unas botas. No me vio. Yo sí. Y el grito se escuchó en todo el edificio.

“Un fantasma en el cuarto de servicio? Impensable Ana” me dijo Carlos… “Tal vez estabas muy dormida. Y lo soñaste. O te lo imaginaste”. Tal vez. Pero no.

A partir de ahí, mi paraíso terrenal se convirtió en otra cosa. La presencia de esa mujer, descolocó completamente mis intenciones  de los primeros meses.

Sentía su presencia. Me miraba. Estaba allí y  me lo hacía saber. Llamaba mi atención. Hasta que llegó un punto en que no pude más con mi miedo.

Lo hablé con el portero que llevaba trabajando allí más de 30 años. Y cuando le conté  mi experiencia en el cuarto de servicio me relató la historia.

Erundina que así se llamaba, murió en ese cuarto. Sola. Su cuñado y su hermana, los dueños del piso, murieron muchos años antes.  Los familiares lejanos la enterraron de inmediato. El piso se cerró. Y después de un tiempo, se volvió a abrir para nosotros.

Pero, por qué la veía yo y nadie más? Mi homeópata me dio la respuesta. Ella tiene miedo y tú también. El miedo te permite verla. Ella quiere aferrarse a la vida, pero tiene que partir. Y te ha elegido a ti  para hacerlo.

Pasó el tiempo y una tarde de nuevo  la sentí a mi lado. Esta vez no tuve miedo. Le hablé. Un calor extraño recorrió todo mi cuerpo y se fue apagando lentamente. Respiré aliviada. Erundina se había ido. Ella  se liberó y yo también.



5 comentarios:

  1. Ya sabia la historia Ana querida, pero la palabras imprimidas son muy distintas. A lo mejor porqué faltan las caritas raras, las risas, las copas, los silencios - raros contigo - de sorpresa. Pero tu sabes escribir y no extrañé el contexto. Me encanta. Gracias por compartirlo.

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    1. Gracias mi amiga querida! Qué bueno que no extrañaste el contexto!!!! Y gracias por tus hermosas palabras

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  2. Excelente relato! Y una experiencia muy profunda. Gracias por compartirla, querida Ana María. Me gusta mucho cómo escribes!

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    1. Gracias por tu palabras, mi querida amiga!!!! Un abrazo enorme!

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