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viernes, 10 de junio de 2011

Las mentiras verdaderas de Terminator y algunas otras más.

Tan bien que nos cayó Terminator en esa película. Tan espía, tan arriesgado, tan musculoso y además de todo eso, tan buen marido… ¿Qué más se le puede pedir a un hombre? Pero lamentablemente en la vida real, El Governator terminó mal. O por lo menos eso es lo que aparenta en las fotos más recientes. Y es que de repente la suerte dejó de sonreírle.

Su mujer y el mundo entero nos enteramos de su vida paralela mientras regía los destinos de California y ahora tiene que darle la mitad de su fortuna (estimada en unos 400 millones de dólares) a su ex, quien no quiere verlo ni en pintura.





Lo curioso es que todo pasara en las narices de María Shriver y nadie se diera cuenta de nada, durante los casi 20 años que duró esta telenovela barata en la “Casa Blanca” californiana. Los americanos crédulos dicen que son así. Muy crédulos. Y María parece que era de ese equipo. Su marido, no.

Sin embargo, hay algo muy valioso para rescatar en la reacción de María: una vez enterada de la noticia, mandó al marido a la mierda, sin muchas contemplaciones. No así fue el caso por ejemplo, de Hillary, quien tuvo que tragar vidrio molido, cuando el escándalo de su marido con la becaria. Todos pensamos en aquel entonces en el mal momento que estaba viviendo la pobre y el extraño estoicismo con que lo afrontó. Con los años descubrimos que su amor por el poder fue siempre más fuerte que el cariño, aprecio o estima que, presumimos, sentiría por su casquivano marido.

¿Qué tienen en común estos dos casos? Que más allá de lo estrepitosos que sean, ambos pertenecen al ámbito privado de los afectados y no pasa nada más, aunque Clinton estuvo a punto de perderlo todo.

En cambio, existen otras mentiras verdaderas que le joden la vida a un gentío. No importa cuán falsas sean, tienen larga vida e involucran a una cantidad enorme de ingenuos que caen como en un pozo negro de mala suerte y a ver cómo te salvas de ésa.

Aquí les dejo una personalísima y muy incompleta lista de algunas mentiras verdaderas del siglo XXI que, como nubes de smog, inhalamos todos los días, con las subsiguientes consecuencias nefastas para nuestra salud.

1. El Socialismo del Siglo XXI: Ni es socialismo y ni es del siglo XXI. El chavismo está más cerca del feudalismo que de cualquier doctrina moderna.

2. Obama: Ni cerró Guantánamo. Ni terminó con las guerras. Ni le tendió la mano al resto del mundo. Ni solucionó la crisis de su país. Obama… No, you can’t.

3. Las armas de destrucción masiva de Irak: Ni armas, ni bombas. Eso sí, total destrucción y muchos buenos negocios para la reconstrucción.

4. La Comunidad Europea: Todos la mirábamos con envidia. Sin fronteras, unida y tan igualitaria… A la vuelta de 10 años, la realidad nos mostró que la UE se parece cada vez más a la UNASUR.

5. El euro: Todos soñábamos con cambiar nuestros pocos dólares a euros. Ahora ni eso. Cómo vienen las cosas, habría que ir pensando en ahorrar en yuanes.

6. La burbuja inmobiliaria: El sueño de la vivienda propia terminó siendo la peor pesadilla para los pobres compradores, que se quedaron en la calle. ¿Y los bancos que ofrecieron los préstamos? Bien, gracias.

7. Los magos financieros (Madoff entre otros): Los alquimistas del siglo XXI. Todo lo que tocaban se convertía en oro, hasta que cayó uno, Madoff y está preso. Igual siguen “cambiando oro por baratijas”.

8. El milagro económico de Islandia: Como una maldición vikinga, el país más desarrollado del mundo se desplomó así nomás en el 2009, gracias entre otras cosas, a las altísimas tasas de interés que ofrecían sus bancos.

9. El FMI: Bueno, ya ningún ser sensato en el planeta puede creer en ellos. Tan abajo han caído que su director terminó violando a una mucama en un hotel de NY.

10. El rescate de los bancos: Los máximos responsables de los mayores desastres en la economía mundial. Pero ojito, que hay que salvarlos, porque si no el caos sería mayor… Medio difícil de creer ¿no?

miércoles, 25 de mayo de 2011

Elogio de la lentitud

Cuando cumplí 7 años mi prima Ruth me regaló un libro increíble “Historia de las religiones orientales”, un regalo bastante bizarro para esa edad en la que uno anda en otra cosa. Pero lo cierto es que ese libro me cambió la vida. Tanto que a partir de ahí quise tener otro nombre. En vez del soso, pacato y bíblico “Ana María”, quise que me llamaran “Shiva”, como el dios de la trinidad hindú.

No fue fácil. La muchacha que trabajaba en mi casa me decía muerta de la risa, chiva, chiva. Mi mamá para llevarme la corriente, chivita. Y mi papá bueno, sencillamente misión imposible.

¡Con lo sugestivo que era ese nombre! Shhhiiiva: así, medio arrastradito. Exótico, misterioso y hasta sensual. Pero no, todos lo confundieron con ese animal díscolo y terco… Lo que es el desconocimiento.

Pasó el tiempo y en lo más profundo de la secundaria, en una clase de inglés, encontré mi nueva identidad: “Slowly”. “Por favor de ahora en adelante quiero que me llamen así: S-low-ly. Muy lentamente, si es posible”. “¿Qué? ¿Qué te llamemos Slowly? ¿Te volviste loca?”. Fue peor que con Shiva. Tener de nombre un adverbio era demasiado.

Ya más grande, descubrí el sobrio “Saba”. Saba Salomón. Lindísima la conjunción de dos protagonistas de la Torah. Tanto me gustó, que en mi primera dirección de correo electrónico allá por los 90, fui sabasalomon, como un íntimo homenaje a ese antiguo y secreto deseo de cambiarme el nombre.

Sin embargo, con los años descubrí que de los 3 intentos, el que más va conmigo es definitivamente Slowly. Sí, soy lenta. Y en estas épocas de digestión inmediata, de internet ultrarápido, de respuestas al toque y agilidad mental prodigiosa, yo me quedo rezagada como en la fábula de la tortuga y el conejo.

Problema gigantesco si los hay, sobre todo en un año tan movidito como éste. En enero, por ejemplo, yo estaba muy preocupada por el calendario maya y si la cosa terminaba este 21 de diciembre o cuándo exactamente. Y mientras estaba en esas, apareció acaparándolo todo “la primavera del Magreb” y los egipcios mandándose mensajes de texto para sacar a Mubarak. “ Ah qué sorpresa. Qué cantidad de Blackberrrys hay en Egipto” pensé (y creo que no fui la única)

Todavía sin recuperarme de la onda expansiva del fenómeno árabe y al día siguiente de mi cumple número 50, se nos movió el piso a todos con el terremoto de Japón. Y de ahí en más, una catarata de hechos funestos. El tsunami, la planta de Fukushima y dos semanas al borde de una catástrofe de dimensiones impensadas. Vientos en contra y economía a borde del precipicio. Pero no. Los vientos se fueron para otro lado, sabe dios dónde. Y la economía siguió igual.

Entonces, casi de inmediato vino la seguidilla más curiosa: el combo boda real, beatificación papal y muerte de Bin Laden. Trilogía extraña, si las hay. Y apenas recuperándome de tanto bombazo informativo, el escándalo Strauss Khan, la infidelidad de Schwarzenegger y como para cerrar con broche de oro, la "Spanish Revolution" o la “primavera española”, muy indignada, pero muy civilizada.

Y así, en esa secuencia de pensamiento y como al pasar, me vino a la memoria la imagen terrible del joven tunecino que se prendió fuego allá a finales del 2010 y que fue como la bala que disparó la rebelión en Túnez y el prólogo de lo que sucedió luego en Egipto. ¿Y Gadafi? ¿Y Siria? ¿Y los escándalos de Berlusconi? ¿Y Vargas Llosa apoyando a Humala? ... Definitivamente, demasiado fast food como para que una Slowly pueda digerirlo.