lunes, 20 de mayo de 2019

Como perros y gatos (pero los de antes)


 Muchas cosas han cambiado en estos últimos 10, 20, 30 años. . Pero en estos  días he tomado conciencia de un cambio actitudinal muy notorio,  que sin embargo creo que  para la gran mayoría es absolutamente normal. Y es el comportamiento que tienen de un tiempo a esta parte los perros con los gatos y los gatos con los perros. Qué relaciones más armónicas. Qué buen rollo. Qué felicidad compartida...

No sé, en verdad que estoy muy confundida con el asunto, porque cuando yo era chiquita allá en la remota Caracas, los perros se llevaban fatal con los gatos y viceversa. Eran unas peleas infernales, acompañadas de unos alaridos escalofriantes, tanto de las mascotas como de sus dueños....
Y eso, parece que  ha cambiado sustancialmente.

No es que me encanten las peleas, ni abogo por el odio infinito... Nada más lejos de mi... Pero qué pasó? Cuándo cambió el paradigma? Será que este pasado enfrentamiento fue un subproducto de la guerra fría?  O tal vez un efecto muy colateral y subliminal del famoso  ¨divide y vencerás¨, en versión caribeña?

No sé, pero  como aparentemente ya, ni lo uno ni lo otro tienen efecto, pues dejemos la farsa , habrán pensado las mascotas, y volvamos a la normalidad. Es decir, a las buenas, pacíficas y normales relaciones, donde nadie quiere ni vencer, ni dominar, ni morder, ni arañar al otro...

Reconozco que también he llegado a pensar que esta armonía es más bien una ¨fake news¨ producto de facebookeros solitarios o de instagrameros hippies, que nos quieren vender una versión agiornada del ¨peace and love¨sesentero....

Sea lo que sea, celebro esta extraña paz mascotil, que se extiende a pajaritos, tortugas, lagartijas y hasta caimanes que de un tiempo a esta parte se han vuelto , digámoslo de alguna manera, muy ¨human friendly. ¨Y eso, como vienen las cosas,  se agradece.



lunes, 1 de diciembre de 2014

El cielo sobre Gubbio

Hace más de 10 años unos queridos amigos decidieron cortar con la vida en la ciudad y se fueron al medio de la campiña italiana a sacar adelante un proyecto personal, en la punta de una montaña. Visitarlos y convivir unos días con ellos, es siempre una experiencia increíble, llena de aprendizajes…  Y esta ocasión no fue la excepción, sólo que esta vez me llamó la atención algo bastante común para los que viven en la campiña y que para mí fue un asombroso  descubrimiento: el cielo.

Cuando al segundo día paró de llover y la mañana nos regaló un delicado sol de otoño, me sorprendí viendo un cielo que tenía mucho tiempo que no veía. Es decir,  vi un cielo real. Un cielo con nubes gorditas, con profundidad, peso específico y personalidad. Hacía tanto tiempo que no veía un cielo así… 

¿Qué cómo es el cielo que veo todos los días? Es una cosa extraña. Puede que amanezca muy azul… pero ya en la mañana temprano cientos de rayas larguísimas y blancas comienzan a diseñar una geometría que pareciera diseñada por un Mondríán trasnochado y caprichoso. Un cielo muy pero muy lejos de aquellos cielos con nubes, con los que yo me entretenía cuando era pequeña y que de nuevo volví a ver en Gubbio.

El cielo que yo veo ahora levanta sospechas. Invita a tejer suspicacias. El azul se esconde detrás de esas rayas que comienzan como a derretirse , cubriéndolo todo de un velo blancuzco, que se interpone entre nosotros y el cielo real. Y claro, en este cielo urbano, no hay formas, ni nubes gorditas ni nada. Sólo un manto lechoso, que transforma todo en un día de nubes tristísimas

Que lo hacen para protegernos de los rayos ultravioletas o de los cambios climáticos. Que es un proyecto de quién sabe qué para adormecernos o estupidizarnos…Que son virus que esparcen en el aire…. Cientos de conjeturas y teorías conspiratorias… Pero lo que yo añoro es ese otro cielo, ese donde suceden cosas interesantes, parafraseando a Cortázar. Porque si está claro que el cielo no es para todo el mundo, éste que vemos con los ojos, el que sólo hace falta levantar la cabeza para mirarlo y constatar que está allí, ese, muy calladamente y como sin que nadie se dé cuenta, alguien, no sé quién, nos lo está quitando. 

jueves, 13 de febrero de 2014

La otra Maga

Te comencé a llamar así muchos años después de leer Rayuela. Evidentemente no eras como la Maga cortazariana. No le escribías cartas a Rocamadur. Ni vivías en París. Pero no hizo falta. Tu fuiste una maga por tu enorme corazón y tu fortaleza infinita.

Cuando pequeña, fuiste "mi prima salvajesta"
porque a las dos nos gustaba la lucha libre. Luego con los años, me encantaban las historias que me contabas de gente que yo ni conocía. Daba igual. Lo que me fascinaba era esa forma tan tuya de gesticular, de crear tensión, de mirarme, mientras fumabas o te arreglabas el pelo. Disfrutabas con mis preguntas, te reías, hacías acotaciones. Eras para mí como una especie de Sherezade andina, incorrectísima, punzante y corrosiva.

Fuiste la sobrina preferida de mi tía Erika. Eras tan indómita como ella. Y esa extraña mezcla, esa personalidad tuya, avasalladora y humilde también me sedujo a mi. Por esa energía que tenías,
esa honestidad a prueba de balas y esa increíble integridad con la que viviste siempre.

En este mundo de fantoches e incoherentes. De falsos y acomodaticios, tú fuiste una rara avis. Una persona íntegra y genuina. Diáfana y rotunda. Sin parapetos. Y para mi fortuna además, mi prima amada.

domingo, 19 de enero de 2014

Chivo que se devuelve...

Creo que primero vino la sabiduría popular y luego apareció en los libros de autoayuda. 

Una de las cosas más tóxicas que uno puede llegar a hacer, es tomar una decisión y luego arrepentirse. Yo, experta en arrepentimientos postreros, creo que a finales del año pasado aprendí la lección.
Me comprometí a ir a un lugar. Llegué. Hice una rápida y prejuiciada evaluación del mismo y decidí devolverme. Cuando salí nuevamente del metro, me di cuenta del error. Supe que detrás de esa reacción había muchas cosas... Media hora después, me esguincé un tobillo. 

Tal vez fue la influencia de Mercurio, que cuando está retrógrado nos manda aplastantes lecciones. Pero las reminiscencias de las lecturas de Osho, Coelho, Bucay, Chopra y tantos otros, me trajeron a la memoria una verdad tan simple como contundente: tomar una decisión y no creer en ella nos hace daño.
En mi caso, devolverme me costó un esguince... Y corrí con suerte. Porque de acuerdo al dicho popular de mi país, otros se "esnucan"

jueves, 13 de septiembre de 2012

Aprendizajes


…De lamparitas, plantas y otras hierbas.

Este domingo se quemó la lamparita de la heladera (o nevera, o refri, es igual). Y ese detalle, tal vez insignificante para algunos, a mi me resulta altamente depresivo.  Eso de abrir la heladera y encontrarme con la noche misma, me incomoda sobremanera. Lo primero que hice el lunes fue averiguar dónde podría conseguir una lamparita nueva y recuperar prontamente la felicidad perdida.

¿De 15 o de 25 watts? Me preguntó el vendedor. Mmmm ... De 25... (Por aquello de que más es mejor que menos). Y así, en tiempo récord, con la satisfacción de haber resuelto una buena parte del problema,  salí de la ferretería dispuesta a restablecer mi equilibrio electrodoméstico.  Incluso, hasta me resultó fácil colocarla.

Pero a veces las cosas no salen como uno se las imagina. Anoche la heladera sufrió un corto y amaneció como muerta. ¿Qué pasó? La dichosa lamparita era de un voltaje mayor y la heladera, como mucho, soportaba una de 15. Qué mensaje contundente, pensé. Algo parecido me ha pasado muchas veces en otras áreas de mi vida...Como por ejemplo, con las plantas.

Yo amo las plantas. Nada en este mundo me gusta más que sembrar plantitas, verlas crecer y sentirme a resguardo en mi selva personal. Pero tengo un problema: a muchas de ellas las he regado en exceso. Y las pobres se ahogan y se pudren. Lamentablemente he perdido la cuenta de la cantidad de plantas lindas y hermosas que por la obsesión de regarlas a cada rato, se me ponen mustias, llenas de hongos y terminan muriéndose. Obviamente cuando esto pasa, el bajón de energía es peor que cuando el refri entra en corto por exceso de watts.

Hace miles de años y en otro terreno mucho más complicado, un amigo me alertó sobre el problema, pero yo en ese momento no lo entendí. Incluso me enojé mucho con él, porque me pareció un exabrupto de su parte. Mi novio de aquel entonces, a quien yo quería mucho, terminó la relación y yo estaba desconsolada. Entonces hablando del tema con mi amigo, éste me soltó así nomás esta frase lapidaria: fulano te dejó porque lo asfixiabas.

Me ha costado años entrelazar la cantidad de situaciones, momentos y experiencias que se me han ahogado, asfixiado o achicharrado por excesos. Se podría decir que he adolecido de una fuerte excesividad. De cualquier índole, pero desmesura a fin de cuentas. Y los excesos no son recomendables. Porque como muy sabiamente dijo Mier van der Rohe (y parece que se puede aplicar a todo) menos es más… Espero por lo pronto, que con las plantitas y los watts, haya aprendido la lección.


jueves, 23 de agosto de 2012

Vergüenza ajena


Las corridas de toros nunca me gustaron. Pero lo que hasta hace poco era sólo un rechazo teórico, lo confirmé luego de haber vivido una tarde de toros, en la que comprobé que no hay espectáculo más cruel e injusto, sangriento y humillante, que el desequilibrado enfrentamiento entre un hombre y un toro herido.  
 
Todavía impactada por la experiencia, el domingo siguiente leí en el diario El País un artículo firmado por el escritor Rafael Sánchez Ferlosio titulado “Patrimonio de la Humanidad" en el que exponía con argumentos bastante sólidos su rechazo y abominación por la tauromaquia.

Pero claro, hablar de los toros en España es como mostrar la soga en la casa del ahorcado. Por eso a la semana siguiente y haciendo gala de una enorme equidad editorial, El País publicó esta vez un artículo en defensa de la gran Fiesta Nacional, escrita nada más y nada menos que por el mismísimo Premio Nóbel, Mario Vargas Llosa, titulado “La “barbarie” taurina”. Una apasionada defensa de los toros y un cuestionamiento a los argumentos expuestos por  Sánchez Ferlosio.

Por suerte había guardado el artículo y volví a releerlo. Y mientras éste me siguió pareciendo actual y contundente, el de Vargas Llosa -a pesar de estar escrito brillantemente- me pareció débil.

Porque lo más interesante del texto de Sánchez Ferlosio es que su crítica no se centra en la defensa de los animales, ni en el valor histórico que los toros representan.  Su descargo hace foco en el hombre. En esa actitud arrogante y soberbia del torero frente al toro, en esa pelea que descaradamente no es de igual a igual. En la que hay ventajismo, se manipula, se debilita y se hiere al contrincante. Y además, se celebra. Por eso termina su texto de manera tan rotunda: Mi ferviente deseo de que los toros desaparezcan de una vez no es por compasión de los animales, sino por vergüenza de los hombres”

Por su parte Vargas Llosa transita otros argumentos. Reconoce la violencia del espectáculo taurino pero considera que prohibirlo, sería “un atropello a la libertad no menor que la censura de prensa, de libros y de ideas”.  A pesar de esta comparación, extrema por demás, lo que Vargas Llosa sabe (al igual que lo sabemos todos los que hemos ido a una plaza de toros), es que haya o no prohibición, la tauromaquia tiene sus horas contadas. Que cada día el toreo va perdiendo más adeptos y que de manera vertiginosa se va convirtiendo en una atracción marginal y poco rentable, para gente de otra época.  Porque las plazas de toro sobreviven gracias a la oleada de turistas curiosos que van por única vez y que terminan huyendo ante algo que no se puede entender cómo sigue existiendo.

Y eso no tiene que ver con libertad. Tiene más que ver con que el mundo cambió. Porque a pesar de tanto arte y tanta parafernalia, la crueldad del toreo es inocultable. Y cada vez somos más los que no la toleramos. Aunque nos la quieran vender como muy poética. Porque finalmente después de una tarde de toros, uno termina experimentando ese extraño y difícil sentimiento  que Sánchez Ferlosio describe en su artículo y que no es otra cosa que vergüenza de los hombres.

martes, 26 de junio de 2012

Desnudeces


Admiro y sobre todo envidio a las personas que están a gusto con su cuerpos. Que no tienen problemas para desnudarse y andan tan felices por la vida. Y no es cuestión de medidas perfectas, ni de juventud. Es un tema más bien de aceptación. Y yo en esa materia voy más que deficiente.
Por eso esta semana que pasó, me llamó la atención una noticia que leí en el Clarín de Buenos Aires. Para la inauguración de un supermercado en un pueblito alemán , Süderlügum , se les ocurrió la genial idea de ofrecer mercados gratis por 270 euros a las primeras 100 personas que acudieran desnudos a su inauguración. 
El gerente del supermercado pensó que el número de desprejuiciados compradores no llegaría a 10. Se equivocó. Más de 200 clientes se agolparon a las puertas del establecimiento, muy dispuestos a llenar sus changuitos como dios los trajo al mundo.
 Y ahí me pregunté... Si viviese en Süderlügum, ¿hubiese aprovechado la oferta ? Seguro que no. Creo que antes me tendría que tomar una botella de tequila al hilo, para atreverme. Y no sé si con una sería suficiente...
Sin embargo lo que más me impresionó de la noticia fueron los comentarios de los lectores. El mejor rankeado fue uno que escribió un chico llamado Fabián Manuel Torres, con un humor muy porteño:" Jajajaja...acá en Argentina con los precios y la inflación nos dejan en bolas todos los días!!!!”
Y el comentario de Fabián me pareció, además de ingenioso, muy acertado. Porque hay desnudeces que liberan y que tienen que ver simplemente con el acto de quitarse la ropa, y hay otras, impuestas desde afuera, que tienen otro cariz... Pienso entonces que las crisis varias, la inflación, la inseguridad, el desempleo, las medidas de ajustes... son algunas de las formas más “higiénicas” y efectivas de dejarnos en cueros, sin necesidad de desnudarnos. 
Y siguiendo un poco la línea de pensamiento de Fabián, esas son de las que nos dejan en bolas pero vestidos. De las peores, sin lugar a dudas.