miércoles, 19 de julio de 2023

Felicidad



Felicidad se fue hace como dos años. Fue algo lento, progresivo y creo que asistimos a su deterioro sin saber qué hacer para revertir aquello.

Porque aquello era que se estaba muriendo. A pesar de sus hojitas tan verdes, de aquella aparente explosión de clorofila, Felicidad estaba my enferma. 

Empezó todo así como de la nada. A las pocas semanas las hojas pegadas a la tierra comenzaron a amarillearse y caerse. Luego las ramas tomaron un color muy oscuro, casi negro. Como si se estuviera quemando por dentro. Y los brotes se morían. Y las hojas caían al suelo ya no amarillas, sino marrones.


 El verde tan alegre del principio se fue transformando en otra cosa. 


Investigamos cuál seria la enfermedad de Felicidad. Fuimos a viveros con las hojitas enfermas,  hablamos con jardineros. Nos recomendaron abonos, oxígeno, alimentación extra. No mejoraba.   


Nadie entendía qué le pasaba a Felicidad. Y Felicidad seguía cada vez más triste, más mustia. Era un cadáver de planta. Y se fue apagando así irremediablemente hasta que sólo quedó el tronco. Un tronco duro, vacío, reseco. Puro silencio. Y muchas preguntas. 


Tal vez el nombre la desgració. A veces hay palabras que pesan mucho. 


Intimidad



(Homenaje a Raymond Carver)


Preguntas


Se despertó de la colonoscopia un poco mareada.

El enfermero le dio instrucciones y la ayudó a levantarse de la camilla.

Al salir, el médico la interceptó.


-Disculpe señora,  quiero hacerle una pregunta.

-Dígame Doctor

-Ud. come kiwis regularmente?

-Sí, todos los días, por qué?

-Porque su intestino está sembrado de pequeñas semillas negras. 



Respuestas


Quedó un poco en shock con la revelación clínica. 

Quiso saber más. Preguntó. 

No al medico, por supuesto. 


-Y si me crece una plantita de kiwi en el intestino?

-Imposible

-Por qué?

-Porque una planta necesita luz para crecer…

-Entonces tal vez cuando muera reencarne en plantita

-Eso sí es mucho más factible.

sábado, 27 de febrero de 2021

Catalina La Grande.


 Era una reina. Y como tal reinaba en las alturas, sentada en su trono frente a  la mesa del comedor en el último piso de un extraño edificio, allá en la lejanísima  Caracas. Desde allí cuidaba y defendía su reino y sus posesiones. Posesiones que a mi me parecían maravillosas y a las cuales directamente no tenía acceso.
 
Religiosamente la visitábamos los domingos por la tarde y siempre me esperaba con unas galletitas en forma de corazón que ella misma preparaba. Qué deliciosas eran esas galletitas… Pero no podía comérmelas a mi antojo. Había como una especie de acuerdo tácito entre todos para que yo no me excediera … entre 3 o 4 galletitas como máximo. No más… Qué pesadilla. Las galletitas de mis sueños y racionadas. 

Sin embargo, mi infierno dominical no terminaba ahí. Cuando la veía de lo más distraída hablando con mi mamá, yo salía corriendo a su cuarto para ver sus perfumes, contemplar sus joyas, jugar con sus carteras y con aquel espléndido mantón de Manila profusamente bordado. 

Y hasta ahí llegaba mi felicidad porque siempre más tarde o más temprano escuchaba a mi papá con su acento germánico llamarme…“Ana Marría sal del cuarto de tu abuela ya”, frase con la que se iniciaba el regaño de “cuántas veces tendré que decirte que a tu abuela no le gusta que entres en su cuarto”… Mil veces lo escuché. Toda mi infancia y mi adolescencia. Y yo incapaz de decirle a mi adorada reina de Corazones que era su súbdita más leal, la más entregada y que si fuera necesario, defendería su reino a capa y espada… Pero no. Nunca me atreví. Tampoco ella era muy afecta a las manifestaciones tropicales de cariño. Era alemana y eso ya lo explicaba todo.

Había cosas que me intrigaban de ella. Nunca hablaba de su pasado. Simplemente no existía y ella vivía como en un eterno presente estático, hierático, inconmovible, sentada en su trono y recibiendo las visitas de antemano concertadas. Era como si en esta vida, en la que me tocó conocerla, ella no hubiese tenido familia. Ni muertos. Ni pasado que recordar. 

Por supuesto y como corresponde  a una reina, siempre estaba vestida impecable, peinada de peluquería, con la manicura de las uñas perfectas y llena de sus joyas favoritas. Esas rutinas semanales las hacía cuando nadie la veía y salía acompañada por Alejandrina, su versión femenina y venezolana de Sancho Panza.  Sus invitados siempre llegábamos a la escena final. Ella impolutamente arreglada y muy  sentada en la mesa del comedor.  

Sin embargo lo que más me impactaba de ella era el contraste de su cuidada apariencia con la ferocidad de sus arrugas. Sé que estaba consciente de ellas porque uno de sus tesoros más preciados era una crema  carísima  de células de ovejas… Pero nada. Sus arrugas eran muy rebeldes…Sobre todo aquellas arrugas verticales que surcaban su rostro. ¿Qué gestos tuvo que hacer para crearle ese extraño mapa en la cara? ¿Qué emociones estarían detrás de esas arrugas tan profundas? 

Muchos años después de su muerte, supe algunos detalles de su historia. Fue hija única, muy mimada y con un carácter muy fuerte. Se casó  con Azer, seguramente un matrimonio acordado por los padres de ambos. Junto a su marido veterinario, sus 4 hijos y su madre se mudaron a Berlín. Allí nació su último hijo, mi papá. Y allí en 1939 decidieron huir de Alemania.  No había otra salida. Pero su madre, Paula Stern, no pudo viajar con ellos. No le otorgaron la visa para salir del país.  Catalina que así se llamaba mi abuela,  tuvo que dejar a su madre en Berlín, indefensa, anciana y sola ante la barbarie que le acechaba. 

En el listado de víctimas del campo de Terezin aparece una Paula Stern. Tal vez ese haya sido el destino final de mi bisabuela. No lo sé. Pero desde que conocí esta triste  historia comprendí  las arrugas, la fortaleza, el silencio y la grandeza de mi abuela Catalina.  

Ahora sí me atrevo a decirlo.
Majestad, rendida a sus pies por siempre. 

lunes, 30 de noviembre de 2020

Hola, Pirámide del Sol?

A mi papá lo operaron dos veces de la misma hernia discal.
La primera intervención fue todo un éxito. La segunda, no lo fue tanto.

Para celebrar que todo había salido bien en la que luego sabríamos que fue su primera operación, mi papá se regaló un viaje a NY, su ciudad favorita. Lamentablemente una tarde lluviosa se cayó. Y dónde se golpeó? A los tres meses estaba de vuelta en el quirófano con la espalda y el ánimo muy complicados.

Yo en esa época me había convertido en una especie de “madre sustituta” de mi papá . Vivía preocupadísima por él, como si fuera un niño. Y él qué decía? Se reía de semejante disparate. Pero yo como si nada.  Ante tamaña distorsión, cualquier cosa era posible. Y lo fue.

Los resultados de la segunda operación fueron un desastre, al mezclarse magistralmente tres ingredientes explosivos: la negligencia médica, la depresión de mi papá y la locura de su supuesta madre, es decir yo.

La internación que estaba estipulada para 4 días se convirtió en semanas La única certeza que teníamos era que cada día en la clínica significaba muchísimo dinero. Y nuestra situación económica no era la mejor. Qué hacemos? Cómo afrontamos este problema? Obviamente tomando la solución más coherente.

Días antes una amiga me lo había recomendado. Llamé de inmediato al hombre. Me pidió los datos de mi papá: su fecha de nacimiento y el año. Su estatura, su peso. La ubicación exacta de los discos afectados  por la hernia y luego de hacer una evaluación solar de su caso, me llamaría.

A los dos días me llamó y me pidió que le llevara a su consultorio un interior de mi papá, una bandeja de madera y una fuente de vidrio lo suficientemente grande para sumergir en ella  el interior y poder corroborar el diagnóstico  solar y elaborar una estrategia.

Esperé ansiosa nuestro próximo encuentro donde me explicaría las acciones a seguir para que mi papá pudiera salir airoso de la clínica.

-Hay que hacer una conexión con la Pirámide del Sol.
-Con la Pirámide del Sol, en México?
-Sí, la misma. Su papá tiene una deficiencia de luz muy aguda en la columna que avanza por todo su cuerpo y solo una conexión directa con una fuente energética poderosa podrá salvarlo.
-Y cuándo hará esa conexión?
-Hoy mismo.
-Y los resultados?
-A partir de mañana comienza la recuperación de su papá.

Además de la bandeja, el recipiente de cristal y el interior de mi papa,  la conexión con la Pirámide y el tiempo implicado en ello no fueron gratis. Yo pagué lo que tenía que pagar.

48 horas después le detectaron a mi papá una Salmonelosis galopante. Volví a mi casa desesperada. Llamé al hombre y le conté lo que estaba pasando.  

-Me conecto de inmediato, me dijo
-No hay problemas con la diferencia horaria?
-No. Me conecto ya. El caso es urgente. Llámeme en media hora.
-Así haré.

-Con quién hablabas? Me preguntó mi marido.
Le conté angustiada que estaba esperando la respuesta de la Pirámide.
-Cuál Pirámide?

Media hora después no llamé a nadie. Tampoco me llamaron para darme una respuesta. Mi papá gracias a Dios, salió de la clínica luego de otras dos semanas sin la ayuda energética que me habían prometido. La vida continuó y  mi papá ni se enteró de que le faltaba un calzoncillo.  







jueves, 5 de noviembre de 2020

Las vidas de Milú

Hugo Broggie me la regaló cuando tendría 5 ó 6 años.

-Se llama Milú como el perrito de Tin Tin, me dijo. 

Pero no era un Fox Terrier, era una Caniche blanca. Y  me entregó una hermosa bolita de pelos blancos rizados y ojos muy negros. Amor a primera vista. 

Milú se convirtió en una hermanita para mi  y mi mamá era nuestra mamá. En ese universo cerrado eramos felices las tres.

Gracias a la obsesión de mi papá con la fotografía, conservo un registro visual de muchos momentos compartidos con ella: mi graducación de preescolar muy orgullosa con mi diploma y mi perrita Milú. Años después, sentada en el piso estudiando con mi perrita al lado. Viendo televisión juntas... 

Una oscurísima  noche murió Milú, luego de dar su paseo nocturno por los jardines vecinos. Estaba cruzando la calle y la atropelló un Volkswagen que arremetió contra ella impasible ante nuestros gritos. Milú murió a los pies de mi mamá, su mamá. 

Al día siguiente mi papá me sorprendió con otra perrita.  Una ternura de cachorrita Cooker Spaniel, de pelaje dorado a la que bautizamos Milú Segunda.

Irónicamente Milú Segunda fue la antítesis de su predecesora. Era arisca y con muy mal genio. Siempre estaba apartada de todos. No le gustaba jugar conmigo. 

A los 6 meses  y en brazos de mi papá le metió un mordisco en la cara que casi le arranca un ojo. Nos quedamos helados. La perrita lo adoraba y viceversa.  Esa reacción fue a todas luces una alarma de que algo muy malo le pasaba a esta nueva Milú.

Su violencia siguió en aumento. Una tarde la señora Fékete, nuestra vecina, vino a traernos una torta de regalo. Calzaba sandalias. La perrita se abalanzó a los pies de la anciana y comenzó a morderle los dedos. La escena fue dantesca. La torta se estrelló contra el piso. La señora Fékete gritaba de dolor mientras Milú  no paraba de aullar y morderla. Resultado, a la señora Fékete le tuvieron que dar varios puntos en una emergencia porque Milú  casi le arranca el dedo gordo del pie.

Milú se convirtió  en la versión perruna de Dr. Yekyll y Mr Hyde. De día era medianamente normal, pero a la noche se transformaba en monstruo. Se apostaba en el pasillo que comunicaba el comedor con la cocina y a todo aquel que se le ocurriera pasar por ahí lo atacaba a mordiscasos acompañados por aullidos infernales.

Estábamos muy preocupados. El veterinario aconsejó que la cruzáramos. Tal vez así mejoraría su caracter. Por suerte, fue amable con su novio. Tuvo 3 cachorritos. Se comió a uno.  Su disfuncionalidad continuó intacta.

Una noche accidentalmente descubrimos un arma para defendernos. Una desvencijada puerta de metal de un viejo mueble de la cocina. El ruido que causó al caerse hizo que la perra huyera despavorida. Esa puerta se convirtió en nuestra salvación.
 
No fue fácil acostumbrarnos a esa nueva rutina  de caminar haciendo ruido con una puerta para ahuyentar a nuestro depredador nocturno. Llegamos a estar tan perfectamente sincronizados que nos pasábamos el "testigo" de la puerta de unas manos a otras. Un descuido en la estrategia nos habría colocado nuevamente  en situación de peligro y nadie quería vivir esa desagradable experiencia.

Un día no pudimos más. El veterinario le explicó a mi mamá que Milú era un animal evidentemente muy traumatizado.  Qué habría vivido esa perrita para estar tan desequilibrada? Hubo que sacrificarla. Me acuerdo todavía la cara de dolor de mi mamá de regreso del veterinario. Se quedó dormida, me dijo. No sufrió nada. 

Volvimos a la normalidad. La vieja puerta de metal dejó de ser nuestro  héroe salvador.  Mi papá quedó tan afectado que esta vez no salió corriendo a reemplazar a nadie. Para todos quedó claro que  la dinastía de las “Miluses” había terminado ahí y que la próxima mascota tendría, por lo menos, otro nombre.


viernes, 16 de octubre de 2020

Sombras Tenebrosas


 Llegó un día en el que mis abuelitos se vinieron abajo. Literalmente. Dejaron de vivir en la planta alta de la casa y se instalaron con nosotros. La razón? La salud de ambos se había desplomado.

Fue muy duro para todos por lo repentino de los acontecimientos. Un día mi adorada abuelita Lila, se sintió muy mal. Siempre había sufrido del estómago. Pero sus padecimientos estomacales desembocaron en la palabra prohibida: cáncer.

Por supuesto, yo ni sabía lo que era eso. Tampoco me lo dijeron. Solo supe que mi adorada abuelita un día ya no estaba en la casa. Y no volvió.

Ese fin de semana mi papá me llevó al departamento de Ruth y Paco. Pasé con ellos dos días hermosos. Me acuerdo que Ruth me regaló un extraño y maravilloso libro “Historia de las Religiones Orientales”. Quedé fascinada con las ilustraciones. A partir de ese libro, decidí cambiarme el nombre a Shiva…

Pero el fin de semana terminó. Siempre terminan. Y cuando regresé a la casa, mi mamá salió a recibirme en el jardín con un lindo vestido de flores que había comprado en Nueva York. Ese vestido me encantaba. Pero la noticia que acompañó a ese vestido fue muy triste. Mi abuela Lila había muerto. Mis padres me habían ahorrado la noticia,  el funeral, el entierro. Y estoy segura de que mi mamá escondió todo su dolor y su tristeza detrás de ese hermoso vestido que se había puesto para recibirme.

Mi abuelo Yea como yo lo llamaba,  se quedó solo en la planta baja con nosotros. Empezó su caída. No pudo con la muerte de su compañera de toda la vida. Por las noches hacía un ruido extrañísimo con los dientes que no nos dejaba dormir. A mi mamá la confundía con su hermana Juanita, la mamá de Conchita, y cuando le decía que no era Juanita sino su hija Flor, mi abuelo se disculpaba muy cariñosamente por el equívoco. No servía de mucho, a los minutos volvía a llamarla Juanita.

A mi perrita Milú la llamaba “Pescado Frito” y de mí, ni se acordaba. Pero eso sí,  cuando mi mamá le decía que yo era su nieta, la cara de mi abuelo se iluminaba y daba gracias a Dios de tener una nietita tan linda. Yo también le  daba gracias a Dios. Al menos, en medio de la debacle, yo lograba vislumbrar rastros de su infinita ternura, esa que tanto amaba de él.

Al poco tiempo también falleció, consumido por el dolor de la muerte de su adorada Lila.

En esa época tan triste de mi vida, mi mamá y yo veíamos en la tele Sombras Tenebrosas, la historia de un vampiro que vagaba por el tiempo buscando a su amada.
 
Algo parecido a la historia final de mi abuelito Yea. Solo que Barnabás Collins era un vampiro y Jesús Garcia Lezama siempre fue un poeta.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Llegaron los indios!!!!

El 15 de Julio, de 1967,  dos semanas  antes de esta historia  y en Miami, una Miss Venezuela, Mariela Pérez Branger,  quedó a milímetros de ser coronada Miss Universo. Dos semanas, una eternidad en términos de información. Pero eran los lejanísimos años 60' y no había transmisiones en directo. Así que tuvimos que esperar. 

Yo no sé si la noticia de la nueva Miss Universo tuvo mucha difusión en la prensa local, me imagino que no, porque el resultado no fue my feliz, arrebatándole por un voto el cetro de la belleza universal a nuestra digna representante. 

Lo que sí sé con certeza absoluta, es que la  noche del 29 de julio de 1967 yo me sentía inmensamente feliz cenando frente al televisor acompañada por mi perrita Milú y la empleada de aquel entonces en mi casa, la plural -porque a todo le agregaba una “s”- Bertas Bellos de Jiménez,  para ver el concurso de belleza más importante del universo. 

Me acuerdo que mis papás estaban en el living negociando con un tapicero italiano el precio para retapizar los muebles del recibo. Y también, que mi mamá entró un momento en la salita de la televisión para preguntarnos si ya había comenzado el desfile. Para todos, esa retransmisión del Miss Universo era algo muy importante. Lo estábamos viendo y estaba sucediendo.

Pero la felicidad nos duró apenas 35 minutos. A las 8:05 de la noche un ruido extrañísimo nos arrancó del embeleso. Yo corrí inmediatamente a buscar a mi papá para darle la noticia. Estaba segurísima. Ese ruido no podía ser otra cosa: “llegaron los indios, llegaron los indios”…  Mi papá me cargó nada más verme y yo me solté para cargar a mi perrita Milú. A los indios había que recibirlos como corresponde, y mi amada Milusita tenia que estar conmigo.

De repente me di cuenta de que todo se movía a nuestro alrededor, mientras  mi mamá estaba paralizada aferrada al marco de la puerta de la casa y mi papá trataba de soltarla. En cuestión de segundos todo se convirtió en caos y  aquello se trataba de cualquier cosa menos de la llegada de indios, que yo me los imaginaba al mejor estilo del “Llanero Solitario".

Mi papá nos abrió la puertas de su auto y corrió con Bertas Bellos de Jiménez a buscar en la parte de arriba de la casa a mis abuelitos y a sus invitadas, que estaban cenando luego de una tarde de canasta, cuando empezó el terremoto.

Cómo llegaron a sus respectivas casas María Velazquez y Doll Nuñez, las sempiternas y muy viejitas amigas de mi abuela Lila, no lo sé. La tercera invitada, Gioconda Yoris, lo tuvo más fácil porque era nuestra vecina.  Sí sé que en  menos de 5 minutos, en el Mercedes Benz de mi papa nos encontrábamos mis abuelitos, mis papás y yo como en medio de una película de zombis vivientes. Escuchábamos gritos, llantos, gente corriendo sin rumbo de un lado para el otro...

Yo, sin embargo, estaba muy preocupada porque mi papá en esa especie de  división territorial improvisada, ubicó a Bertas Bellos de Jiménez y a mi amada Milú en el auto de mi mamá. A mí ese vejestorio de los años 50 rosa y vainilla, no me parecía confiable. Y más cuando luego del caos inicial, cayó un diluvio de dimensiones “universales” en toda Caracas.

Dentro del auto, mi papá intentaba captar una emisora de radio para encontrar información. Nada. Era 1967. De repente paró de llover y vino el silencio. Qué hacemos? Entramos? Dormimos aquí? Mi papá fue a ver cómo estaban Bertas Bellos de Jiménez y Milú. Había entrado agua en el vejestorio rosa y vainilla.

Ahí decidió que todos volveríamos a la casa. A dormir en el living con las puertas abiertas.  No pudo ser. El tapicero se había llevado todos los muebles. Tuvimos que dormir en las habitaciones. Yo dormí. Tenía apenas 6 años.

El domingo fue un día tristísimo. De a poco, nos fuimos enterando de las dimensiones del terremoto. De los muertos. De las historias trágicas. Y de las huellas que por muchos años nos marcaron a todos los que vivimos esa traumática noche del sábado 29 de Julio de 1967.

A partir de ese domingo dejé de ver “El Llanero Solitario" y empecé a odiarlo. No pasó lo mismo con el Miss Venezuela, el Miss Universo, el Miss Princesita, el Miss Mundo… A mí también me habría encantado ser una reina de belleza.