domingo, 8 de octubre de 2023

Los milagros


“Hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria.”

J.L. Borges


No lo amaba. Se había obrado el primer milagro. 

Le tomó mucho tiempo sacárselo del cuerpo, hasta que pudo verlo como quien fija la mirada en un ventilador de techo. 

Con indiferencia. 


El segundo milagro le tomó más tiempo y más esfuerzo: silenciar sus palabras.

Descubrió con sorpresa que era algo aún más arraigado y profundo que el deseo. 

Sin embargo, también muy despacio su voz se fue debilitando hasta que dejó de escucharlo.


Pero faltaba el último milagro.  

El más difícil. El punto final. El valor. 

La acción. 

Marcharse.


Fuera de Eje



“A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismo”

El Sur. Jorge Luis Borges. 

Alma odiaba los domingos. Algo que no experimentaba durante la semana se apoderaba de ella justo ese día. Por las mañanas ya empezaba a sentir la incomodidad de unas emociones muy desagradables… Qué podría ser?  Hastío o tal vez ese sentirse como perdida en medio de espacios familiares? No lo sabía. Tampoco tenía claro cuándo había comenzado todo. Después del divorcio de Luis? Cuando se casó con Miguel?  Lo cierto es que esa incomodidad iba tomando fuerza a lo largo del día y ya por la noche, caía en pozos my oscuros de aburrimiento y confusión. Por suerte podía dormir.

Ese domingo fue un domingo como cualquier otro. Con Miguel salió por la mañana y todo fue como siempre. Pero casi a la medianoche, cuando estaban a punto de dormir, sonó el timbre de la puerta.

-El timbre a estas horas? Tú lo oíste? Será la vecina? preguntó Miguel.

Alma se levantó, y fue directo a la puerta, esperando encontrar a su vecina del otro lado.

Pero no era ella. En su lugar, se encontró cara a cara con su exmarido. Toda una sorpresa.

Qué hacía Luis allí y a esas horas de un domingo? El empezó a hablar y ella notó de inmediato que estaba borracho…

-Déjame entrar! Vengo a buscar mis cosas!

- Tus cosas? Aquí no queda nada tuyo.

-Sí los cuadros que me robaste cuando nos divorciamos….

Al oír una voz masculina en la puerta, Miguel salió del cuarto intrigado. También se sorprendió al ver a Luis allí y en ese estado tan lamentable…

-Vengo a buscar mis cuadros, dijo Luis ya dentro del departamento.

A Miguel le pareció una excelente idea, porque de hecho a él no le gustaban sus cuadros. 

Descolocado Luis también acotó

-Además quiero que Alma deje de perseguirme.

-Perseguirte? Cómo es eso Luis? Replicó Miguel en un tono tan paternal que asombró a Alma.

-Sí.  Alma me llama todos los días, me acosa y no me deja en paz…

Miguel entonces miró a Alma, como un padre mira a su hija  pequeña y le dijo en tono condescendiente la frase más inesperada: 

-Por favor Alma discúlpate con Luis por perseguirlo y comprométete a que no lo harás más…

Alma obedeció. 

A medida que se disculpaba por algo que no había hecho,  Alma sintió un escalofrío, como si de repente hubiera encontrado la última pieza de un rompecabezas que había perdido.  Luis era  un niño, un niño encerrado en el cuerpo de un hombre… Y Miguel, un anciano padre que siempre sabía las soluciones de antemano … Y ella, dónde se ubicaba? Tal vez pendulando entre ser una madre o una hija?

Las paredes del departamento lentamente fueron quedando desnudas.  Luis subió y bajó las escaleras varias veces porque sus cuadros no cabían en el ascensor.

Miguel aprovechó para que se llevara también una mesita desvencijada y unas guías telefónicas que habían quedado olvidadas en el cuarto de atrás. 

Luis hizo todo lo que Miguel le pidió. 

Cuando por fin Luis terminó con su tarea, Miguel se despidió amablemente de él, Alma permaneció en silencio y Luis dijo alguna que otra palabra antes de entrar al ascensor. 

Cerraron la puerta.

 -Qué lamentable todo, sentenció Miguel. 

-Sí, muy triste dijo Alma. 

Y esa noche no pudo dormir. 



miércoles, 19 de julio de 2023

Felicidad



Felicidad se fue hace como dos años. Fue algo lento, progresivo y creo que asistimos a su deterioro sin saber qué hacer para revertir aquello.

Porque aquello era que se estaba muriendo. A pesar de sus hojitas tan verdes, de aquella aparente explosión de clorofila, Felicidad estaba my enferma. 

Empezó todo así como de la nada. A las pocas semanas las hojas pegadas a la tierra comenzaron a amarillearse y caerse. Luego las ramas tomaron un color muy oscuro, casi negro. Como si se estuviera quemando por dentro. Y los brotes se morían. Y las hojas caían al suelo ya no amarillas, sino marrones.


 El verde tan alegre del principio se fue transformando en otra cosa. 


Investigamos cuál seria la enfermedad de Felicidad. Fuimos a viveros con las hojitas enfermas,  hablamos con jardineros. Nos recomendaron abonos, oxígeno, alimentación extra. No mejoraba.   


Nadie entendía qué le pasaba a Felicidad. Y Felicidad seguía cada vez más triste, más mustia. Era un cadáver de planta. Y se fue apagando así irremediablemente hasta que sólo quedó el tronco. Un tronco duro, vacío, reseco. Puro silencio. Y muchas preguntas. 


Tal vez el nombre la desgració. A veces hay palabras que pesan mucho. 


Intimidad



(Homenaje a Raymond Carver)


Preguntas


Se despertó de la colonoscopia un poco mareada.

El enfermero le dio instrucciones y la ayudó a levantarse de la camilla.

Al salir, el médico la interceptó.


-Disculpe señora,  quiero hacerle una pregunta.

-Dígame Doctor

-Ud. come kiwis regularmente?

-Sí, todos los días, por qué?

-Porque su intestino está sembrado de pequeñas semillas negras. 



Respuestas


Quedó un poco en shock con la revelación clínica. 

Quiso saber más. Preguntó. 

No al medico, por supuesto. 


-Y si me crece una plantita de kiwi en el intestino?

-Imposible

-Por qué?

-Porque una planta necesita luz para crecer…

-Entonces tal vez cuando muera reencarne en plantita

-Eso sí es mucho más factible.

sábado, 27 de febrero de 2021

Catalina La Grande.


 Era una reina. Y como tal reinaba en las alturas, sentada en su trono frente a  la mesa del comedor en el último piso de un extraño edificio, allá en la lejanísima  Caracas. Desde allí cuidaba y defendía su reino y sus posesiones. Posesiones que a mi me parecían maravillosas y a las cuales directamente no tenía acceso.
 
Religiosamente la visitábamos los domingos por la tarde y siempre me esperaba con unas galletitas en forma de corazón que ella misma preparaba. Qué deliciosas eran esas galletitas… Pero no podía comérmelas a mi antojo. Había como una especie de acuerdo tácito entre todos para que yo no me excediera … entre 3 o 4 galletitas como máximo. No más… Qué pesadilla. Las galletitas de mis sueños y racionadas. 

Sin embargo, mi infierno dominical no terminaba ahí. Cuando la veía de lo más distraída hablando con mi mamá, yo salía corriendo a su cuarto para ver sus perfumes, contemplar sus joyas, jugar con sus carteras y con aquel espléndido mantón de Manila profusamente bordado. 

Y hasta ahí llegaba mi felicidad porque siempre más tarde o más temprano escuchaba a mi papá con su acento germánico llamarme…“Ana Marría sal del cuarto de tu abuela ya”, frase con la que se iniciaba el regaño de “cuántas veces tendré que decirte que a tu abuela no le gusta que entres en su cuarto”… Mil veces lo escuché. Toda mi infancia y mi adolescencia. Y yo incapaz de decirle a mi adorada reina de Corazones que era su súbdita más leal, la más entregada y que si fuera necesario, defendería su reino a capa y espada… Pero no. Nunca me atreví. Tampoco ella era muy afecta a las manifestaciones tropicales de cariño. Era alemana y eso ya lo explicaba todo.

Había cosas que me intrigaban de ella. Nunca hablaba de su pasado. Simplemente no existía y ella vivía como en un eterno presente estático, hierático, inconmovible, sentada en su trono y recibiendo las visitas de antemano concertadas. Era como si en esta vida, en la que me tocó conocerla, ella no hubiese tenido familia. Ni muertos. Ni pasado que recordar. 

Por supuesto y como corresponde  a una reina, siempre estaba vestida impecable, peinada de peluquería, con la manicura de las uñas perfectas y llena de sus joyas favoritas. Esas rutinas semanales las hacía cuando nadie la veía y salía acompañada por Alejandrina, su versión femenina y venezolana de Sancho Panza.  Sus invitados siempre llegábamos a la escena final. Ella impolutamente arreglada y muy  sentada en la mesa del comedor.  

Sin embargo lo que más me impactaba de ella era el contraste de su cuidada apariencia con la ferocidad de sus arrugas. Sé que estaba consciente de ellas porque uno de sus tesoros más preciados era una crema  carísima  de células de ovejas… Pero nada. Sus arrugas eran muy rebeldes…Sobre todo aquellas arrugas verticales que surcaban su rostro. ¿Qué gestos tuvo que hacer para crearle ese extraño mapa en la cara? ¿Qué emociones estarían detrás de esas arrugas tan profundas? 

Muchos años después de su muerte, supe algunos detalles de su historia. Fue hija única, muy mimada y con un carácter muy fuerte. Se casó  con Azer, seguramente un matrimonio acordado por los padres de ambos. Junto a su marido veterinario, sus 4 hijos y su madre se mudaron a Berlín. Allí nació su último hijo, mi papá. Y allí en 1939 decidieron huir de Alemania.  No había otra salida. Pero su madre, Paula Stern, no pudo viajar con ellos. No le otorgaron la visa para salir del país.  Catalina que así se llamaba mi abuela,  tuvo que dejar a su madre en Berlín, indefensa, anciana y sola ante la barbarie que le acechaba. 

En el listado de víctimas del campo de Terezin aparece una Paula Stern. Tal vez ese haya sido el destino final de mi bisabuela. No lo sé. Pero desde que conocí esta triste  historia comprendí  las arrugas, la fortaleza, el silencio y la grandeza de mi abuela Catalina.  

Ahora sí me atrevo a decirlo.
Majestad, rendida a sus pies por siempre. 

lunes, 30 de noviembre de 2020

Hola, Pirámide del Sol?

A mi papá lo operaron dos veces de la misma hernia discal.
La primera intervención fue todo un éxito. La segunda, no lo fue tanto.

Para celebrar que todo había salido bien en la que luego sabríamos que fue su primera operación, mi papá se regaló un viaje a NY, su ciudad favorita. Lamentablemente una tarde lluviosa se cayó. Y dónde se golpeó? A los tres meses estaba de vuelta en el quirófano con la espalda y el ánimo muy complicados.

Yo en esa época me había convertido en una especie de “madre sustituta” de mi papá . Vivía preocupadísima por él, como si fuera un niño. Y él qué decía? Se reía de semejante disparate. Pero yo como si nada.  Ante tamaña distorsión, cualquier cosa era posible. Y lo fue.

Los resultados de la segunda operación fueron un desastre, al mezclarse magistralmente tres ingredientes explosivos: la negligencia médica, la depresión de mi papá y la locura de su supuesta madre, es decir yo.

La internación que estaba estipulada para 4 días se convirtió en semanas La única certeza que teníamos era que cada día en la clínica significaba muchísimo dinero. Y nuestra situación económica no era la mejor. Qué hacemos? Cómo afrontamos este problema? Obviamente tomando la solución más coherente.

Días antes una amiga me lo había recomendado. Llamé de inmediato al hombre. Me pidió los datos de mi papá: su fecha de nacimiento y el año. Su estatura, su peso. La ubicación exacta de los discos afectados  por la hernia y luego de hacer una evaluación solar de su caso, me llamaría.

A los dos días me llamó y me pidió que le llevara a su consultorio un interior de mi papá, una bandeja de madera y una fuente de vidrio lo suficientemente grande para sumergir en ella  el interior y poder corroborar el diagnóstico  solar y elaborar una estrategia.

Esperé ansiosa nuestro próximo encuentro donde me explicaría las acciones a seguir para que mi papá pudiera salir airoso de la clínica.

-Hay que hacer una conexión con la Pirámide del Sol.
-Con la Pirámide del Sol, en México?
-Sí, la misma. Su papá tiene una deficiencia de luz muy aguda en la columna que avanza por todo su cuerpo y solo una conexión directa con una fuente energética poderosa podrá salvarlo.
-Y cuándo hará esa conexión?
-Hoy mismo.
-Y los resultados?
-A partir de mañana comienza la recuperación de su papá.

Además de la bandeja, el recipiente de cristal y el interior de mi papa,  la conexión con la Pirámide y el tiempo implicado en ello no fueron gratis. Yo pagué lo que tenía que pagar.

48 horas después le detectaron a mi papá una Salmonelosis galopante. Volví a mi casa desesperada. Llamé al hombre y le conté lo que estaba pasando.  

-Me conecto de inmediato, me dijo
-No hay problemas con la diferencia horaria?
-No. Me conecto ya. El caso es urgente. Llámeme en media hora.
-Así haré.

-Con quién hablabas? Me preguntó mi marido.
Le conté angustiada que estaba esperando la respuesta de la Pirámide.
-Cuál Pirámide?

Media hora después no llamé a nadie. Tampoco me llamaron para darme una respuesta. Mi papá gracias a Dios, salió de la clínica luego de otras dos semanas sin la ayuda energética que me habían prometido. La vida continuó y  mi papá ni se enteró de que le faltaba un calzoncillo.  







jueves, 5 de noviembre de 2020

Las vidas de Milú

Hugo Broggie me la regaló cuando tendría 5 ó 6 años.

-Se llama Milú como el perrito de Tin Tin, me dijo. 

Pero no era un Fox Terrier, era una Caniche blanca. Y  me entregó una hermosa bolita de pelos blancos rizados y ojos muy negros. Amor a primera vista. 

Milú se convirtió en una hermanita para mi  y mi mamá era nuestra mamá. En ese universo cerrado eramos felices las tres.

Gracias a la obsesión de mi papá con la fotografía, conservo un registro visual de muchos momentos compartidos con ella: mi graducación de preescolar muy orgullosa con mi diploma y mi perrita Milú. Años después, sentada en el piso estudiando con mi perrita al lado. Viendo televisión juntas... 

Una oscurísima  noche murió Milú, luego de dar su paseo nocturno por los jardines vecinos. Estaba cruzando la calle y la atropelló un Volkswagen que arremetió contra ella impasible ante nuestros gritos. Milú murió a los pies de mi mamá, su mamá. 

Al día siguiente mi papá me sorprendió con otra perrita.  Una ternura de cachorrita Cooker Spaniel, de pelaje dorado a la que bautizamos Milú Segunda.

Irónicamente Milú Segunda fue la antítesis de su predecesora. Era arisca y con muy mal genio. Siempre estaba apartada de todos. No le gustaba jugar conmigo. 

A los 6 meses  y en brazos de mi papá le metió un mordisco en la cara que casi le arranca un ojo. Nos quedamos helados. La perrita lo adoraba y viceversa.  Esa reacción fue a todas luces una alarma de que algo muy malo le pasaba a esta nueva Milú.

Su violencia siguió en aumento. Una tarde la señora Fékete, nuestra vecina, vino a traernos una torta de regalo. Calzaba sandalias. La perrita se abalanzó a los pies de la anciana y comenzó a morderle los dedos. La escena fue dantesca. La torta se estrelló contra el piso. La señora Fékete gritaba de dolor mientras Milú  no paraba de aullar y morderla. Resultado, a la señora Fékete le tuvieron que dar varios puntos en una emergencia porque Milú  casi le arranca el dedo gordo del pie.

Milú se convirtió  en la versión perruna de Dr. Yekyll y Mr Hyde. De día era medianamente normal, pero a la noche se transformaba en monstruo. Se apostaba en el pasillo que comunicaba el comedor con la cocina y a todo aquel que se le ocurriera pasar por ahí lo atacaba a mordiscasos acompañados por aullidos infernales.

Estábamos muy preocupados. El veterinario aconsejó que la cruzáramos. Tal vez así mejoraría su caracter. Por suerte, fue amable con su novio. Tuvo 3 cachorritos. Se comió a uno.  Su disfuncionalidad continuó intacta.

Una noche accidentalmente descubrimos un arma para defendernos. Una desvencijada puerta de metal de un viejo mueble de la cocina. El ruido que causó al caerse hizo que la perra huyera despavorida. Esa puerta se convirtió en nuestra salvación.
 
No fue fácil acostumbrarnos a esa nueva rutina  de caminar haciendo ruido con una puerta para ahuyentar a nuestro depredador nocturno. Llegamos a estar tan perfectamente sincronizados que nos pasábamos el "testigo" de la puerta de unas manos a otras. Un descuido en la estrategia nos habría colocado nuevamente  en situación de peligro y nadie quería vivir esa desagradable experiencia.

Un día no pudimos más. El veterinario le explicó a mi mamá que Milú era un animal evidentemente muy traumatizado.  Qué habría vivido esa perrita para estar tan desequilibrada? Hubo que sacrificarla. Me acuerdo todavía la cara de dolor de mi mamá de regreso del veterinario. Se quedó dormida, me dijo. No sufrió nada. 

Volvimos a la normalidad. La vieja puerta de metal dejó de ser nuestro  héroe salvador.  Mi papá quedó tan afectado que esta vez no salió corriendo a reemplazar a nadie. Para todos quedó claro que  la dinastía de las “Miluses” había terminado ahí y que la próxima mascota tendría, por lo menos, otro nombre.