Se quedó mirando el color del agua y la grasa rojiza que flotaba en la superficie. Tal vez pensó en su colesterol alto y en la dieta que no terminaba de empezar. Y quizá llevada por esa preocupación médica, centró toda su atención en las dos gotas del antigrasa que dejó caer lentamente sobre el agua. Lo había visto cientos de veces pero en esta ocasión se sorprendió de cómo a medida que caían las gotas se separaba de manera casi dramática la grasa del agua. Algo así como separar la paja del trigo. En ese momento Helena descubrió que necesitaba un antigrasa para su alma. Un antigrasa que limpiara sus errores. Que la liberara de la culpa, los pecados y la vergüenza. Que le bajara el colesterol. Que le suavizara el carácter y que le permitiera desprenderse de las costras de odio y resentimiento adheridas a su carne. Al cabo de unos minutos volvió de su ensoñación, o lo que fuera aquello que había vivido y terminó su tarea. Todo lo demás lo hizo mecánicamente.
lunes, 3 de febrero de 2025
Epifanía Low Cost
Se quedó mirando el color del agua y la grasa rojiza que flotaba en la superficie. Tal vez pensó en su colesterol alto y en la dieta que no terminaba de empezar. Y quizá llevada por esa preocupación médica, centró toda su atención en las dos gotas del antigrasa que dejó caer lentamente sobre el agua. Lo había visto cientos de veces pero en esta ocasión se sorprendió de cómo a medida que caían las gotas se separaba de manera casi dramática la grasa del agua. Algo así como separar la paja del trigo. En ese momento Helena descubrió que necesitaba un antigrasa para su alma. Un antigrasa que limpiara sus errores. Que la liberara de la culpa, los pecados y la vergüenza. Que le bajara el colesterol. Que le suavizara el carácter y que le permitiera desprenderse de las costras de odio y resentimiento adheridas a su carne. Al cabo de unos minutos volvió de su ensoñación, o lo que fuera aquello que había vivido y terminó su tarea. Todo lo demás lo hizo mecánicamente.
martes, 10 de octubre de 2023
Luciérnagas.
Qué cosas tiene la vida mi sobrina amada, mi bichita de luz. Todo vuelve, aunque la gente diga que no y se haga la loca y lo niegue mil veces más, todo, así como de la nada, se revela. Y Dios mío, qué dolor. Por eso hoy me armé de valor y me dije: escríbele. Ella necesita escucharte. Y aquí estoy, con la ayuda de la Santísima Trinidad dispuesta a contarte todo lo que ha pasado después de tanto tiempo.
Te acuerdas de Chepina? Aquella señora que te preparaba esos desayunos que tanto te gustaban? La que se sentía muy orgullosa de cocinar bien porque sabía leer y escribir? Bueno, pues hace como tres semanas Imelda encontró en un gavetero perdido en el sótano de la casa, un cuaderno de Chepina, mas bien un diario escrito por ella.
Así tal cual. Y ahí escribió todo lo que pasaba en la casa de mi hermano y mi cuñada. O mejor dicho, en la casa de tu abuelo Lucho, porque claro, todo era propiedad de ese viejo de mierda. Y mira que a mi no me gusta decir groserías, pero es que no se me ocurre otra forma de hablar de él.
Pobrecita Ceres y mi hermano Yosef, qué impotencia y qué pesadilla. Pobrecitas tú y tus hermanas que tuvieron que crecer con ese monstruo de abuelo en la misma casa Y sobre todo tú, mi bichita de luz, que tuviste la desgracia de ver lo que viste. Yo sé que eso tuvo que ser devastador para una niñita de 10 años. Y estoy convencida de que eso fue lo que te envenenó la sangre y te arrebató la vida. Porque el abuelo Lucho era un vampiro que se alimentó durante años del sufrimiento de ustedes.
Chepina lo contó todo en ese cuaderno con un rigor, mi bichita, que parecía como si en otra vida hubiera sido la secretaría de un juzgado. Sin perder un solo detalle, describió cada día cómo te iba ganando la enfermedad. Te lloró muchísimo y cuando te nos fuiste tan rápido, quedó desolada. Se ve que el escribir la aliviaba, porque era como si le contara a alguien el dolor que ella vivía también en esa casa.
Su cuaderno fue como una especie de caja de Pandora, mi amada bichita, porque lo que leímos después fue otra vez revivir el terror. Una tarde, poquitos días después de tu partida, Chepina al abrir la puerta del baño que iba a limpiar, también los vio. Tu mamá, la víctima más víctima en manos de ese engendro. Tiró todo lo que llevaba y tuvo que correr al patio a vomitar porque el impacto fue enorme. Durante semanas no pudo dormir, sentía mucho miedo y una rabia muy profunda. Se ve que en esas noches en vela se le ocurrió una idea, que a diferencia de sus detalladas historias, no explicó mucho en el diario. Tal vez pensó que no haría falta.
Una mañana le preparó como siempre el desayuno al abuelo Lucho. Cuando le sirvió el café le temblaban las manos, pero tu abuelo leía el periódico y no se dio cuenta de nada. Volvió a la cocina empapada en sudor y con todo el cuerpo temblándole como un papelito. Pobre Chepina. Luego vinieron a desayunar tus papás y por último Imeldita y Maru y ella estaba que no podía más de los nervios. Ese mediodía el abuelo Lucho murió de un infarto. No lo velaron. Simplemente lo enterraron muy cerquita tuyo.
Desde hace tres semanas tus hermanas y yo no hemos hecho más que llorar por ti, por tu mamá y por mi hermano. Es como si ese cuaderno hubiera reabierto las heridas pero esta vez para que les entrara la luz. Bendita Chepina por ser tan valiente. Por hacer lo que hizo.Y otra cosa que sé que te alegrará mucho, mi querida bichita. Imelda y Maru ya sacaron al monstruo del panteón familiar. Ahora sí podrás junto a Ceres y Josef, descansar en paz.
Tu tía que te adora.
Antonia.
domingo, 8 de octubre de 2023
Los milagros
“Hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria.”
J.L. Borges
No lo amaba. Se había obrado el primer milagro.
Le tomó mucho tiempo sacárselo del cuerpo, hasta que pudo verlo como quien fija la mirada en un ventilador de techo.
Con indiferencia.
El segundo milagro le tomó más tiempo y más esfuerzo: silenciar sus palabras.
Descubrió con sorpresa que era algo aún más arraigado y profundo que el deseo.
Sin embargo, también muy despacio su voz se fue debilitando hasta que dejó de escucharlo.
Pero faltaba el último milagro.
El más difícil. El punto final. El valor.
La acción.
Marcharse.
Fuera de Eje
“A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismo”
El Sur. Jorge Luis Borges.
Alma odiaba los domingos. Algo que no experimentaba durante la semana se apoderaba de ella justo ese día. Por las mañanas ya empezaba a sentir la incomodidad de unas emociones muy desagradables… Qué podría ser? Hastío o tal vez ese sentirse como perdida en medio de espacios familiares? No lo sabía. Tampoco tenía claro cuándo había comenzado todo. Después del divorcio de Luis? Cuando se casó con Miguel? Lo cierto es que esa incomodidad iba tomando fuerza a lo largo del día y ya por la noche, caía en pozos my oscuros de aburrimiento y confusión. Por suerte podía dormir.
Ese domingo fue un domingo como cualquier otro. Con Miguel salió por la mañana y todo fue como siempre. Pero casi a la medianoche, cuando estaban a punto de dormir, sonó el timbre de la puerta.
-El timbre a estas horas? Tú lo oíste? Será la vecina? preguntó Miguel.
Alma se levantó, y fue directo a la puerta, esperando encontrar a su vecina del otro lado.
Pero no era ella. En su lugar, se encontró cara a cara con su exmarido. Toda una sorpresa.
Qué hacía Luis allí y a esas horas de un domingo? El empezó a hablar y ella notó de inmediato que estaba borracho…
-Déjame entrar! Vengo a buscar mis cosas!
- Tus cosas? Aquí no queda nada tuyo.
-Sí los cuadros que me robaste cuando nos divorciamos….
Al oír una voz masculina en la puerta, Miguel salió del cuarto intrigado. También se sorprendió al ver a Luis allí y en ese estado tan lamentable…
-Vengo a buscar mis cuadros, dijo Luis ya dentro del departamento.
A Miguel le pareció una excelente idea, porque de hecho a él no le gustaban sus cuadros.
Descolocado Luis también acotó
-Además quiero que Alma deje de perseguirme.
-Perseguirte? Cómo es eso Luis? Replicó Miguel en un tono tan paternal que asombró a Alma.
-Sí. Alma me llama todos los días, me acosa y no me deja en paz…
Miguel entonces miró a Alma, como un padre mira a su hija pequeña y le dijo en tono condescendiente la frase más inesperada:
-Por favor Alma discúlpate con Luis por perseguirlo y comprométete a que no lo harás más…
Alma obedeció.
A medida que se disculpaba por algo que no había hecho, Alma sintió un escalofrío, como si de repente hubiera encontrado la última pieza de un rompecabezas que había perdido. Luis era un niño, un niño encerrado en el cuerpo de un hombre… Y Miguel, un anciano padre que siempre sabía las soluciones de antemano … Y ella, dónde se ubicaba? Tal vez pendulando entre ser una madre o una hija?
Las paredes del departamento lentamente fueron quedando desnudas. Luis subió y bajó las escaleras varias veces porque sus cuadros no cabían en el ascensor.
Miguel aprovechó para que se llevara también una mesita desvencijada y unas guías telefónicas que habían quedado olvidadas en el cuarto de atrás.
Luis hizo todo lo que Miguel le pidió.
Cuando por fin Luis terminó con su tarea, Miguel se despidió amablemente de él, Alma permaneció en silencio y Luis dijo alguna que otra palabra antes de entrar al ascensor.
Cerraron la puerta.
-Qué lamentable todo, sentenció Miguel.
-Sí, muy triste dijo Alma.
Y esa noche no pudo dormir.
miércoles, 19 de julio de 2023
Felicidad
Felicidad se fue hace como dos años. Fue algo lento, progresivo y creo que asistimos a su deterioro sin saber qué hacer para revertir aquello.
Porque aquello era que se estaba muriendo. A pesar de sus hojitas tan verdes, de aquella aparente explosión de clorofila, Felicidad estaba my enferma.
Empezó todo así como de la nada. A las pocas semanas las hojas pegadas a la tierra comenzaron a amarillearse y caerse. Luego las ramas tomaron un color muy oscuro, casi negro. Como si se estuviera quemando por dentro. Y los brotes se morían. Y las hojas caían al suelo ya no amarillas, sino marrones.
El verde tan alegre del principio se fue transformando en otra cosa.
Investigamos cuál seria la enfermedad de Felicidad. Fuimos a viveros con las hojitas enfermas, hablamos con jardineros. Nos recomendaron abonos, oxígeno, alimentación extra. No mejoraba.
Nadie entendía qué le pasaba a Felicidad. Y Felicidad seguía cada vez más triste, más mustia. Era un cadáver de planta. Y se fue apagando así irremediablemente hasta que sólo quedó el tronco. Un tronco duro, vacío, reseco. Puro silencio. Y muchas preguntas.
Tal vez el nombre la desgració. A veces hay palabras que pesan mucho.
Intimidad
(Homenaje a Raymond Carver)
Preguntas
Se despertó de la colonoscopia un poco mareada.
El enfermero le dio instrucciones y la ayudó a levantarse de la camilla.
Al salir, el médico la interceptó.
-Disculpe señora, quiero hacerle una pregunta.
-Dígame Doctor
-Ud. come kiwis regularmente?
-Sí, todos los días, por qué?
-Porque su intestino está sembrado de pequeñas semillas negras.
Respuestas
Quedó un poco en shock con la revelación clínica.
Quiso saber más. Preguntó.
No al medico, por supuesto.
-Y si me crece una plantita de kiwi en el intestino?
-Imposible
-Por qué?
-Porque una planta necesita luz para crecer…
-Entonces tal vez cuando muera reencarne en plantita
-Eso sí es mucho más factible.
sábado, 27 de febrero de 2021
Catalina La Grande.
Era una reina. Y como tal reinaba en las alturas, sentada en su trono frente a la mesa del comedor en el último piso de un extraño edificio, allá en la lejanísima Caracas. Desde allí cuidaba y defendía su reino y sus posesiones. Posesiones que a mi me parecían maravillosas y a las cuales directamente no tenía acceso.
lunes, 30 de noviembre de 2020
Hola, Pirámide del Sol?
A mi papá lo operaron dos veces de la misma hernia discal.
La primera intervención fue todo un éxito. La segunda, no lo fue tanto.
Para celebrar que todo había salido bien en la que luego sabríamos que fue su primera operación, mi papá se regaló un viaje a NY, su ciudad favorita. Lamentablemente una tarde lluviosa se cayó. Y dónde se golpeó? A los tres meses estaba de vuelta en el quirófano con la espalda y el ánimo muy complicados.
Yo en esa época me había convertido en una especie de “madre sustituta” de mi papá . Vivía preocupadísima por él, como si fuera un niño. Y él qué decía? Se reía de semejante disparate. Pero yo como si nada. Ante tamaña distorsión, cualquier cosa era posible. Y lo fue.
Los resultados de la segunda operación fueron un desastre, al mezclarse magistralmente tres ingredientes explosivos: la negligencia médica, la depresión de mi papá y la locura de su supuesta madre, es decir yo.
La internación que estaba estipulada para 4 días se convirtió en semanas La única certeza que teníamos era que cada día en la clínica significaba muchísimo dinero. Y nuestra situación económica no era la mejor. Qué hacemos? Cómo afrontamos este problema? Obviamente tomando la solución más coherente.
Días antes una amiga me lo había recomendado. Llamé de inmediato al hombre. Me pidió los datos de mi papá: su fecha de nacimiento y el año. Su estatura, su peso. La ubicación exacta de los discos afectados por la hernia y luego de hacer una evaluación solar de su caso, me llamaría.
A los dos días me llamó y me pidió que le llevara a su consultorio un interior de mi papá, una bandeja de madera y una fuente de vidrio lo suficientemente grande para sumergir en ella el interior y poder corroborar el diagnóstico solar y elaborar una estrategia.
Esperé ansiosa nuestro próximo encuentro donde me explicaría las acciones a seguir para que mi papá pudiera salir airoso de la clínica.
-Hay que hacer una conexión con la Pirámide del Sol.
-Con la Pirámide del Sol, en México?
-Sí, la misma. Su papá tiene una deficiencia de luz muy aguda en la columna que avanza por todo su cuerpo y solo una conexión directa con una fuente energética poderosa podrá salvarlo.
-Y cuándo hará esa conexión?
-Hoy mismo.
-Y los resultados?
-A partir de mañana comienza la recuperación de su papá.
Además de la bandeja, el recipiente de cristal y el interior de mi papa, la conexión con la Pirámide y el tiempo implicado en ello no fueron gratis. Yo pagué lo que tenía que pagar.
48 horas después le detectaron a mi papá una Salmonelosis galopante. Volví a mi casa desesperada. Llamé al hombre y le conté lo que estaba pasando.
-Me conecto de inmediato, me dijo
-No hay problemas con la diferencia horaria?
-No. Me conecto ya. El caso es urgente. Llámeme en media hora.
-Así haré.
-Con quién hablabas? Me preguntó mi marido.
Le conté angustiada que estaba esperando la respuesta de la Pirámide.
-Cuál Pirámide?
Media hora después no llamé a nadie. Tampoco me llamaron para darme una respuesta. Mi papá gracias a Dios, salió de la clínica luego de otras dos semanas sin la ayuda energética que me habían prometido. La vida continuó y mi papá ni se enteró de que le faltaba un calzoncillo.
jueves, 5 de noviembre de 2020
Las vidas de Milú
Hugo Broggie me la regaló cuando tendría 5 ó 6 años.
-Se llama Milú como el perrito de Tin Tin, me dijo.
Pero no era un Fox Terrier, era una Caniche blanca. Y me entregó una hermosa bolita de pelos blancos rizados y ojos muy negros. Amor a primera vista.
Milú se convirtió en una hermanita para mi y mi mamá era nuestra mamá. En ese universo cerrado eramos felices las tres.
Gracias a la obsesión de mi papá con la fotografía, conservo un registro visual de muchos momentos compartidos con ella: mi graducación de preescolar muy orgullosa con mi diploma y mi perrita Milú. Años después, sentada en el piso estudiando con mi perrita al lado. Viendo televisión juntas...
Una oscurísima noche murió Milú, luego de dar su paseo nocturno por los jardines vecinos. Estaba cruzando la calle y la atropelló un Volkswagen que arremetió contra ella impasible ante nuestros gritos. Milú murió a los pies de mi mamá, su mamá.
Al día siguiente mi papá me sorprendió con otra perrita. Una ternura de cachorrita Cooker Spaniel, de pelaje dorado a la que bautizamos Milú Segunda.
Irónicamente Milú Segunda fue la antítesis de su predecesora. Era arisca y con muy mal genio. Siempre estaba apartada de todos. No le gustaba jugar conmigo.
A los 6 meses y en brazos de mi papá le metió un mordisco en la cara que casi le arranca un ojo. Nos quedamos helados. La perrita lo adoraba y viceversa. Esa reacción fue a todas luces una alarma de que algo muy malo le pasaba a esta nueva Milú.
Su violencia siguió en aumento. Una tarde la señora Fékete, nuestra vecina, vino a traernos una torta de regalo. Calzaba sandalias. La perrita se abalanzó a los pies de la anciana y comenzó a morderle los dedos. La escena fue dantesca. La torta se estrelló contra el piso. La señora Fékete gritaba de dolor mientras Milú no paraba de aullar y morderla. Resultado, a la señora Fékete le tuvieron que dar varios puntos en una emergencia porque Milú casi le arranca el dedo gordo del pie.
Milú se convirtió en la versión perruna de Dr. Yekyll y Mr Hyde. De día era medianamente normal, pero a la noche se transformaba en monstruo. Se apostaba en el pasillo que comunicaba el comedor con la cocina y a todo aquel que se le ocurriera pasar por ahí lo atacaba a mordiscasos acompañados por aullidos infernales.
Estábamos muy preocupados. El veterinario aconsejó que la cruzáramos. Tal vez así mejoraría su caracter. Por suerte, fue amable con su novio. Tuvo 3 cachorritos. Se comió a uno. Su disfuncionalidad continuó intacta.
Una noche accidentalmente descubrimos un arma para defendernos. Una desvencijada puerta de metal de un viejo mueble de la cocina. El ruido que causó al caerse hizo que la perra huyera despavorida. Esa puerta se convirtió en nuestra salvación.
No fue fácil acostumbrarnos a esa nueva rutina de caminar haciendo ruido con una puerta para ahuyentar a nuestro depredador nocturno. Llegamos a estar tan perfectamente sincronizados que nos pasábamos el "testigo" de la puerta de unas manos a otras. Un descuido en la estrategia nos habría colocado nuevamente en situación de peligro y nadie quería vivir esa desagradable experiencia.
Un día no pudimos más. El veterinario le explicó a mi mamá que Milú era un animal evidentemente muy traumatizado. Qué habría vivido esa perrita para estar tan desequilibrada? Hubo que sacrificarla. Me acuerdo todavía la cara de dolor de mi mamá de regreso del veterinario. Se quedó dormida, me dijo. No sufrió nada.
Volvimos a la normalidad. La vieja puerta de metal dejó de ser nuestro héroe salvador. Mi papá quedó tan afectado que esta vez no salió corriendo a reemplazar a nadie. Para todos quedó claro que la dinastía de las “Miluses” había terminado ahí y que la próxima mascota tendría, por lo menos, otro nombre.
viernes, 16 de octubre de 2020
Sombras Tenebrosas
Llegó un día en el que mis abuelitos se vinieron abajo. Literalmente. Dejaron de vivir en la planta alta de la casa y se instalaron con nosotros. La razón? La salud de ambos se había desplomado.
Fue muy duro para todos por lo repentino de los acontecimientos. Un día mi adorada abuelita Lila, se sintió muy mal. Siempre había sufrido del estómago. Pero sus padecimientos estomacales desembocaron en la palabra prohibida: cáncer.
Por supuesto, yo ni sabía lo que era eso. Tampoco me lo dijeron. Solo supe que mi adorada abuelita un día ya no estaba en la casa. Y no volvió.
Ese fin de semana mi papá me llevó al departamento de Ruth y Paco. Pasé con ellos dos días hermosos. Me acuerdo que Ruth me regaló un extraño y maravilloso libro “Historia de las Religiones Orientales”. Quedé fascinada con las ilustraciones. A partir de ese libro, decidí cambiarme el nombre a Shiva…
Pero el fin de semana terminó. Siempre terminan. Y cuando regresé a la casa, mi mamá salió a recibirme en el jardín con un lindo vestido de flores que había comprado en Nueva York. Ese vestido me encantaba. Pero la noticia que acompañó a ese vestido fue muy triste. Mi abuela Lila había muerto. Mis padres me habían ahorrado la noticia, el funeral, el entierro. Y estoy segura de que mi mamá escondió todo su dolor y su tristeza detrás de ese hermoso vestido que se había puesto para recibirme.
Mi abuelo Yea como yo lo llamaba, se quedó solo en la planta baja con nosotros. Empezó su caída. No pudo con la muerte de su compañera de toda la vida. Por las noches hacía un ruido extrañísimo con los dientes que no nos dejaba dormir. A mi mamá la confundía con su hermana Juanita, la mamá de Conchita, y cuando le decía que no era Juanita sino su hija Flor, mi abuelo se disculpaba muy cariñosamente por el equívoco. No servía de mucho, a los minutos volvía a llamarla Juanita.
A mi perrita Milú la llamaba “Pescado Frito” y de mí, ni se acordaba. Pero eso sí, cuando mi mamá le decía que yo era su nieta, la cara de mi abuelo se iluminaba y daba gracias a Dios de tener una nietita tan linda. Yo también le daba gracias a Dios. Al menos, en medio de la debacle, yo lograba vislumbrar rastros de su infinita ternura, esa que tanto amaba de él.
Al poco tiempo también falleció, consumido por el dolor de la muerte de su adorada Lila.
En esa época tan triste de mi vida, mi mamá y yo veíamos en la tele Sombras Tenebrosas, la historia de un vampiro que vagaba por el tiempo buscando a su amada.
Algo parecido a la historia final de mi abuelito Yea. Solo que Barnabás Collins era un vampiro y Jesús Garcia Lezama siempre fue un poeta.
miércoles, 30 de septiembre de 2020
Llegaron los indios!!!!
El 15 de Julio, de 1967, dos semanas antes de esta historia y en Miami, una Miss Venezuela, Mariela Pérez Branger, quedó a milímetros de ser coronada Miss Universo. Dos semanas, una eternidad en términos de información. Pero eran los lejanísimos años 60' y no había transmisiones en directo. Así que tuvimos que esperar.
Yo no sé si la noticia de la nueva Miss Universo tuvo mucha difusión en la prensa local, me imagino que no, porque el resultado no fue my feliz, arrebatándole por un voto el cetro de la belleza universal a nuestra digna representante.
Lo que sí sé con certeza absoluta, es que la noche del 29 de julio de 1967 yo me sentía inmensamente feliz cenando frente al televisor acompañada por mi perrita Milú y la empleada de aquel entonces en mi casa, la plural -porque a todo le agregaba una “s”- Bertas Bellos de Jiménez, para ver el concurso de belleza más importante del universo.
Me acuerdo que mis papás estaban en el living negociando con un tapicero italiano el precio para retapizar los muebles del recibo. Y también, que mi mamá entró un momento en la salita de la televisión para preguntarnos si ya había comenzado el desfile. Para todos, esa retransmisión del Miss Universo era algo muy importante. Lo estábamos viendo y estaba sucediendo.
Pero la felicidad nos duró apenas 35 minutos. A las 8:05 de la noche un ruido extrañísimo nos arrancó del embeleso. Yo corrí inmediatamente a buscar a mi papá para darle la noticia. Estaba segurísima. Ese ruido no podía ser otra cosa: “llegaron los indios, llegaron los indios”… Mi papá me cargó nada más verme y yo me solté para cargar a mi perrita Milú. A los indios había que recibirlos como corresponde, y mi amada Milusita tenia que estar conmigo.
De repente me di cuenta de que todo se movía a nuestro alrededor, mientras mi mamá estaba paralizada aferrada al marco de la puerta de la casa y mi papá trataba de soltarla. En cuestión de segundos todo se convirtió en caos y aquello se trataba de cualquier cosa menos de la llegada de indios, que yo me los imaginaba al mejor estilo del “Llanero Solitario".
Mi papá nos abrió la puertas de su auto y corrió con Bertas Bellos de Jiménez a buscar en la parte de arriba de la casa a mis abuelitos y a sus invitadas, que estaban cenando luego de una tarde de canasta, cuando empezó el terremoto.
Cómo llegaron a sus respectivas casas María Velazquez y Doll Nuñez, las sempiternas y muy viejitas amigas de mi abuela Lila, no lo sé. La tercera invitada, Gioconda Yoris, lo tuvo más fácil porque era nuestra vecina. Sí sé que en menos de 5 minutos, en el Mercedes Benz de mi papa nos encontrábamos mis abuelitos, mis papás y yo como en medio de una película de zombis vivientes. Escuchábamos gritos, llantos, gente corriendo sin rumbo de un lado para el otro...
Yo, sin embargo, estaba muy preocupada porque mi papá en esa especie de división territorial improvisada, ubicó a Bertas Bellos de Jiménez y a mi amada Milú en el auto de mi mamá. A mí ese vejestorio de los años 50 rosa y vainilla, no me parecía confiable. Y más cuando luego del caos inicial, cayó un diluvio de dimensiones “universales” en toda Caracas.
Dentro del auto, mi papá intentaba captar una emisora de radio para encontrar información. Nada. Era 1967. De repente paró de llover y vino el silencio. Qué hacemos? Entramos? Dormimos aquí? Mi papá fue a ver cómo estaban Bertas Bellos de Jiménez y Milú. Había entrado agua en el vejestorio rosa y vainilla.
Ahí decidió que todos volveríamos a la casa. A dormir en el living con las puertas abiertas. No pudo ser. El tapicero se había llevado todos los muebles. Tuvimos que dormir en las habitaciones. Yo dormí. Tenía apenas 6 años.
El domingo fue un día tristísimo. De a poco, nos fuimos enterando de las dimensiones del terremoto. De los muertos. De las historias trágicas. Y de las huellas que por muchos años nos marcaron a todos los que vivimos esa traumática noche del sábado 29 de Julio de 1967.
A partir de ese domingo dejé de ver “El Llanero Solitario" y empecé a odiarlo. No pasó lo mismo con el Miss Venezuela, el Miss Universo, el Miss Princesita, el Miss Mundo… A mí también me habría encantado ser una reina de belleza.
martes, 1 de septiembre de 2020
El regalo más grande.
Foto tomada por @charlysarti en el Antiguo Cementerio Judío de Berlín
Mi papá siempre me hizo hermosos regalos. Cuando viajaba, algo que hacía con mucha frecuencia, me traía de todo. Era como una especie de Navidad que vivía a destiempo, porque además siempre acertaba con mis gustos y con las tallas. Todo me quedaba perfecto.
Los regalos de cumple también eran importantes. Me acuerdo que para mis siete años, me regaló un semanario. 7 pulseras iguales de oro reluciente, que cada una representaba un día de la semana. Lisas, minimalistas. sin arabescos, ni adornos. Las amé profundamente.
Pero el regalo más significativo de todos, me lo dio a los 18 años: una estrella de David. Yo que fui bautizada, confirmada y que a los 8 años hice mi Primera Comunión imbuida del más profundo sentimiento católico, recibía 12 años después, una infinitamente deseada estrella de David de manos de mi papá.
Con la aprobación de mi abuela Catalina y de toda su familia, mi papá se convirtió para casarse con mi mamá por la iglesia. Creo que también lo hizo para que sus futuros hijos, fueran criados bajo el manto de la religión católica. Una medida preventiva, absolutamente comprensible proviniendo de una familia que, gracias a todas las fuerzas cósmicas, pudo huir en 1939 de la Alemania nazi y salvarse del horror.
Como a partir de mis 12 años, comencé a recriminarle el por qué no había sido criada bajo la religión judía. Nunca me habló de lo complicado que se vuelve el asunto teniendo una madre católica, pero durante mucho tiempo sentí que se me había negado una cultura y una tradición que deseaba fervorosamente abrazar.
Entonces que mi papá al cumplir mi mayoría de edad me regalara una estrella de David, era como si finalmente me reconociera como una igual a él. Tan judía como él.
Desde ese día la estrella de David me acompañó siempre. Y adquirió más valor cuando mucho tiempo después de ese regalo, mi papá me hizo una reveladora confesión:
-No quise que vivieras ni un solo segundo lo que yo viví por ser judío.
Fue solo eso. Algo muy corto. Pero bastó para que yo vislumbrara el dolor tan inmenso que vivió él y toda su familia por practicar la religión “equivocada”. Y también, para comprobar su infinito amor.
Después de muchos años, en Buenos Aires, unos ladrones entraron en nuestra casa. Me robaron las joyas. Entre ellas mi semanario y mi estrella de David. Pero el mayor regalo de mi papá nadie me lo puede robar.
miércoles, 12 de agosto de 2020
De lagartos, lagartones y lagartijas.
Tal vez en alguna vida pasada fui una reptiliana. O algo más dramático: fui comida por algún lagarto. Lo cierto es que no me gustan los reptiles. Me dan mucho miedo. Casi es una fobia. O es una fobia en toda regla. Porque estos detestables personajes se comportan conmigo de la misma manera que un perro al que alguien le tiene miedo. Huelen mi adrenalina y los atraigo como un imán. Y lo que es todavía peor, mis pesadillas más recurrentes son con lagartos.
Hubo algún que otro incidente desagradable, pero nada traumático que explicase mi nivel de aversión y la frecuencia de las pesadillas. Mi perrita Spooty una vez cazó una lagartija y me la puso en mi cama mientras dormía, pero nada más.
Y aún es más curioso porque una vez siendo adolescente y sin querer, pisé un sapo y lo maté. El susto y el asco fueron mayúsculos, porque además iba en sandalias y el sapo me quemó el pie. Sin embargo este accidente asqueroso e involuntario, no desembocó en fobia a los sapos. Ni mucho menos, en tener pesadillas con ellos. Por el contrario, me despertó una enorme compasión por esos animalitos.
Con los lagartos, lagartones y lagartijas la historia es muy diferente. Con los años, el miedo y las pesadillas han ido en aumento, así como también algunas situaciones muy reveladoras, que dan pistas de que hay algo muy extraño entre esos personajes y yo.
Un episodio bastante dramático ocurrió en un hermoso hotel de playa en Costa Rica. Yo estaba en un pasillo al aire libre hablando por teléfono con mi mamá, cuando de repente vi que un grupo de unos 6 ó 7 lagartos entre grises y marrones venían corriendo en mi dirección. No me importó que fuera larga distancia la llamada. Solté el auricular, pegué un alarido de espanto y empecé a correr hasta que dí con un baño y me encerré en él.
A los minutos me tocó la puerta el encargado del hotel pidiéndome disculpas por el incidente. Me explicó que ese hotel era un reservorio de iguanas y lagartos, que estos animales andaban libremente por todo el hotel, pero nunca había visto la escena de unos lagartos corriendo detrás de una persona. Todo lo contrario. Tienden a ser muy ariscos y alejarse de la gente. Por supuesto, hasta ahí llegó mi experiencia en ese hotel.
Otro episodio lo viví en una playa en Isla Larga. Salí del mar, caminé hacia mi toalla y de repente un montón de lagartijas de todos los colores vinieron corriendo en mi dirección, como a darme la bienvenida. Carlos que en esta ocasión estaba conmigo, no lo podía creer. Hermosas las lagartijas, pero qué horror. Otra vez el efecto imán.
Y más recientemente, una noche de lo más tranquila en nuestra casa de Buenos Aires, estaba en la mesa de la cocina coloreando mandalas. De repente sentí que algo cayó en mi cabeza. Inmediatamente me pasé la mano y vi en el cuaderno de mandalas una horrorosa lagartija blanca. Casi me muero del infarto. Lo único que pude hacer fue cerrar con violencia el libro de mandalas. Nunca más lo he vuelto a abrir.
sábado, 8 de agosto de 2020
La noche de aquel viernes
Fue el mismo viernes, pero ya a la noche. Atrás habían quedado La Peste, Conchita y mi enorme descompostura estomacal. Me esperaba un reencuentro con mis amigos de toda la vida, en la casa de mi querida comadre.
Esa noche fue como una versión libre del final de “El pez que fuma”, donde luego del velorio por la muerte de La Garza todo mutó en una fiesta, es decir, continuó la vida.
Mi vida también continuó y esa noche me tendría reservada una sorpresa muy linda. Invitaron a ese reencuentro a mi amada psiquiatra, a quien no veía desde hacia muchos años.
Luz Maya fue mi psiquiatra y la psiquiatra de media publicidad caraqueña. La amaba porque no solo era una excelente profesional, sino porque también tenía un humor increíble. Y esa es una de las virtudes que más valoro de las personas: la capacidad de reírse de sí mismas.
La conocí cuando vino la separación con José y yo me sentía mega culpable de todo. Me acuerdo que la llamé y le dije que estaba a punto de convertirme en un zapato si no me atendía esa misma tarde.
Luz Maya se rió y abrió un hueco en su apretada agenda para atenderme. Esa misma tarde caí rendida de amor hacia su forma de encarar los problemas. Ella me ayudó mucho con su “terapia de cogniciones” y con su manera tan particular de quitarle drama a todas las situaciones a través de un humor casi exquisito.
Volver a verla fue por supuesto, una alegría inmensa. Me preguntó por mi vida en Buenos Aires y si me estaba tratando con algún profesional. No le hablé de mi experiencia con una psicóloga freudiana, con la que me estuve tratando durante 4 años sin mayores resultados. Y cómo durante todo ese tiempo y en simultáneo, antes de verla, me iba con mi amiga Viviana a Montechingolo, un barrio deprimidísimo del Gran Buenos Aires, a tener una sesión con Marta, una bruja con mucho prestigio, que no tenía tarifa y que me decía lo mismo que la psicóloga, pero con otro vocabulario.
Creo que a Leonor, que así se llamaba la psicóloga, este contrapunto de opiniones con una bruja de Montechingolo, le debería dar por el hígado. Nuestra relación, como era de esperarse, terminó con una discusión. Con la bruja, fue la policía la que se encargó de cortar nuestros encuentros semanales.
Pero eso era mucho pasado, cuando esa noche me vi con Luz Maya. Sí le conté en cambio y con evidente entusiasmo, que estaba tratándome en ese momento con una psicóloga transpersonal que insistía en profundizar en mi escandalosa claustrofobia.
-Transpersonal… qué es eso? Nunca lo había oído.
Le dije que era una tendencia muy reciente y que tal vez no habría llegado todavía a Caracas. Mi psiquiatra se reía a carcajadas, viendo mi esfuerzo por hacerle entender en qué consistía la famosa transpersonalidad de mi terapia…
Lamentablemente no fui muy clara, creo que yo tampoco lo tenía claro.
Lo que sí me dijo con rotunda claridad, fue una frase que todavía hoy recuerdo:
-Por favor, nunca le digas a ningún profesional que en algún momento yo te di de alta.
martes, 21 de julio de 2020
Primerizos
La noticia nos tomó por sorpresa. Tres meses antes, un respetado ginecólogo había diagnosticado que a menos de que yo me operase, las posibilidades de salir embarazada eran casi nulas. Lamenté todos los años que me cuidé sin necesidad, pero me sentí muy en control de la situación.
Tres meses después, la biología se burló de la ciencia médica. Y de repente, Carlos y yo estábamos en medio de la centrífuga de una lavadora, violentamente sacudidos por miles de preguntas y miedos. Yo, que apenas había cargado a un bebé en mi vida y que jamás había puesto un pañal, estaba a meses de que mi vida cambiara de manera radical en esa dirección. Emocionalmente para los dos el impacto fue enorme.
Parir era el otro tema que me inquietaba. Quería tener a mi bebé como lo han hecho millones de mujeres, pero mi aversión al dolor y mi impaciencia chocaban con las infinitas contracciones, la dilatación del útero y todo lo demás…
Me hablaron de un curso de parto psicoprofiláctico. Por supuesto me inscribí. Empecé a practicar respiraciones, posturas e hice todas las meditaciones y visualizaciones posibles que me garantizaran un parto sin dolor.
Por recomendación de la instructora del curso, Carlos también se involucró en este aprendizaje de contracciones, respiraciones y relajación. Pero en una clase viendo unos videos bastante elocuentes, se descompuso. La instructora nos dijo que evaluáramos muy bien su presencia en el parto, porque podría desmayarse y complicar las cosas.
No hizo falta ninguna evaluación. El médico decidió a última hora, una cesárea programada porque el bebé no mostraba el menor interés en salir. Este cambio de planes echó por tierra todas nuestras expectativas sobre el parto, las respiraciones y los posibles desmayos de Carlos.
A la mañana siguiente, estábamos ya en la clínica pues a las 9 entraría a un quirófano. . Al igual que el bebé, los médicos tampoco estaban muy apurados. Finalmente entré en uno a las 10 de la noche.
Qué impacto fue entrar a ese quirófano y escuchar en una radio encendida a todo volumen, un éxito de Wilfredo Vargas… Dios mío, qué mal gusto. Para mí era impensable traer un bebé al mundo al ritmo de una orquesta de salsa dominicana.
Mientras el anestesista me ponía la epidural, el médico me susurró al oido:
-Mi amor no vas a sentir nada, te voy a cortar y en menos de 10 minutos, vas a ver a tu bebé…
Qué poco me conocía este hombre.
Colocó su bisturí sobre mi panza y el grito retumbó en todo el quirófano. Inmediatamente le ordenó al anestesista
-Pentotal!
A las dos horas me desperté sin tener noción de dónde estaba.
-Tuviste un bebé hermoso, me dijo una enfermera muy cariñosa.
-Un bebé?
Me llevaron a la habitación. No sé por qué me imaginé a un bebé placídamente dormido, envuelto en sábanas blancas como en un pesebre. En su lugar me encontré con un bebé con los ojos muy abiertos y embutido en un monito que a simple vista se notaba que le quedaba pequeño.
Carlos me lo acercó y el bebé me miró muy serio como esperando que le explicara qué cuernos hacia él allí. Fue muy raro. Una enorme sensación de extrañeza me invadió. Yo no conocía a esa persona tan chiquita que me miraba fijamente. No sabía qué decirle. Empecé a buscar algunas palabras como para romper el hielo y lo único que se me pasó por la cabeza fue presentarme, total, conocernos en el sentido literal, no nos conocíamos.
-Hola, mucho gusto, me llamo Ana María.
lunes, 13 de julio de 2020
Reparaciones
A mi prima Gisela por su ayuda.
Conchita se quedó en Caracas en el geriátrico de las monjitas en Montalbán. No la querían mucho porque Conchita siempre tuvo un carácter muy difícil y porque además le encantaba el chisme. De hecho, fue un chisme lo que la expulsó, cual Eva del Paraíso.
Conchita me dijo cuando yo tendría algo así como 4 años, que a Cristo lo mataron los judíos. Y yo fui y se lo dije a mi papá, tal vez llevada por esa intuición tan femenina que me hizo sospechar que algo tendría que ver mi papá con los judíos.
En menos de 24 horas, Conchita se fue de casa. Allí empezó su peregrinaje que la llevó finalmente al geriátrico de las monjitas.
Pasó muchos años en una habitación alquilada en la casa de una “Hija de María” que a su vez tenía un hijo muy terrenal miembro de “Tradición, Familia y Propiedad”.
Conchita lo pasó fatal en esa tan católica casa. La saña y el maltrato del que fue víctima por parte del miembro del TFP fueron permanentes y muy humillantes. Hasta que un día no pudo más y se fue al geriátrico de las monjitas.
Muy católicas y muy pías, las monjitas tampoco se portaron bien con ella.
Conchita fue siempre una niñita asustada atrapada en el cuerpo de una adulta. Mi mamá me contó que su prima fue criada en Guiria de una manera muy extraña. Entre otras cosas, su mamá la alimentaba exclusivamente con papillas, porque supuestamente tenía los dientes blandos. Empezó a comer sólido cuando a los 20 años quedó huérfana y se mudó a Caracas con sus tíos, mis abuelitos. Todavía hoy no entiendo cómo tan pocas personas sintieron compasión por ella. Cómo no pudieron ver lo que era tan evidente…
Conchita murió en el geriátrico. Y las monjitas ni siquiera se molestaron en avisarle a mi prima que vive en Caracas de su fallecimiento. Nos enteramos dos meses después.
Y cómo murió? De qué murió? Las monjitas no dieron respuesta. Solo le dijeron que la enterraron en una fosa común en “La Peste”, el lugar más sórdido del Cementerio del Sur.
Viajé a Caracas y un viernes por la tarde con mi prima y su ayudante Oscarcito, fuimos al Cementerio para encontrar a Conchita y enterrarla con mis abuelos.
Ir a “La Peste” fue como adentrarnos en el infierno del Dante, pero en vez de descender, ascendimos, pues el cementerio del sur está a los pies de una montaña. “La Peste” esta justo en la cima . Dos camiones de sepultureros nos escoltaron, sin entender qué hacíamos ahí, queriendo encontrar a alguien en ese lugar horrible.
Cuando finalmente llegamos, el líder de los sepultureros nos pidió dos cosas: que permaneciéramos en el auto y que le describiéramos a la fallecida, para empezar a buscarla entre bolsas de basura y ataúdes de cartón, llenos de restos humanos. El hombre estaba muy optimista porque con apenas dos meses de muerta, sería fácil identificarla. No fue así.
Describí como 15 veces que era una señora mayor, blanca flaquita, de pelo negro… El sepulturero como que no registraba lo que yo le decía y volvía al auto con preguntas como… ¿tenía bigotes?, ¿era joven?…
Después de muchos intentos, resignado, el hombre me pidió que me bajara para agilizar la búsqueda y comprobé por el olor insoportable por qué a ese lugar lo llamaban “La Peste”. Tuve que asomarme a 4 o 5 ataúdes. Ninguno era Conchita. Uno de sus ayudantes trajo un destartalado ataúd de madera. Había allí una mujer mayor con un vestido de flores. Ese vestido me recordó a mi mamá.. No sé si esa mujer era Conchita, podría serlo. O no. Pero en ese momento comprendí que tenía que terminar con ese ritual delirante.
Descendimos a la civilización… Buscamos la tumba de mis abuelos. Enterramos a Conchita. O a otra, no sé. A esas alturas de la tarde era ya un detalle menor. El líder de los sepultureros nos ofreció un trago de ron de la botella que compartía con sus compañeros. Lo acepté infinitamente agradecida.
Creo que cuando salimos del cementerio Gisela, Oscarcito y yo nos sentimos extrañamente felices de estar vivos. Para recomponernos y de alguna manera volver a la normalidad, mi prima nos invitó a comer cachapas y batidos. Lo que yo más quería. Pero no sirvió de nada. Terminé a las horas, vomitándolo todo.
martes, 16 de junio de 2020
La muerte de Afrodita
A veces la vida es muy generosa y nos da la oportunidad de enderezar entuertos emocionales. De esa generosidad me di cuenta algún tiempo después de la muerte de Afrodita.
Afrodita se murió en mi mano mientras la revisaba. Estaba enferma. Tenía los párpados muy inflamados. Y esa mañana en mi mano, vi cómo al abrir su boca de manera extraña, lanzó un profundo estertor de dolor y ya. Afrodita se quedó tiesa. Había sufrido un infarto fulminante.
La enterramos con todos los honores en una de las hermosas plantas de nuestra terraza mexicana. De inmediato corrimos a la tienda de mascotas en busca de un nuevo compañero para Aquiles. Presentíamos que sin Afrodita, Aquiles podría morir pronto de tristeza o de aburrimiento.
Por suerte la tienda de mascotas quedaba cerca y el reemplazo de Afrodita se llamó Maximus. Una tortuga de agua bastante grande para el tamaño promedio de esos animalitos.
Qué alivio. En menos de 24 horas, restituido el orden de las cosas. Un poco de pena por Afrodita, pero bueno, cariño tuvo hasta que exhaló su último suspiro.
Con el tiempo, Aquiles, el fuerte Aquiles también enfermó. Se le hincharon los párpados y los ojitos se le empezaron a cerrar.
Esta vez, tomamos cartas en el asunto. Aquiles no iba a tener el mismo final trágico de Afrodita. Nos pusimos a buscar en la enormidad de Ciudad de México una veterinaria especializada en tortugas. Y gracias a Dios la encontramos.
Lupita no era veterinaria. Era periodista. Pero de tanto rescatar animales abandonados en el DF se especializó en salvar pájaros, culebras, cocodrilos, tortugas… De hecho nos encontramos con ella en una tienda de mascotas llevando a su casa una enorme cacatúa que se arrancaba las plumas de su increíble cresta.
-Claro, la dejaron sola y se hace daño. Nos dijo Lupita.
Ella sabía cómo salvarla.
Lupita nos pidió que le lleváramos las dos tortugas y le contamos la triste historia de Afrodita, Nos corroboró su infarto y nos habló de la enfermedad que la mató y que estaba comenzando a padecer Aquiles y tal vez hasta el propio Maximus: Avitaminosis. Se les hinchan los párpados. Y ante la imposibilidad de ver, muchas tortugas se deprimen a tal punto que se suicidan.
-Se suicidan ?
-Sí. Se dan vuelta y dejan de respirar.
Otras, mueren de un infarto.
Aquiles y su amigo Maximus se hospitalizaron en la casa de Lupita con una sola condición: que los visitáramos mientras durara el tratamiento. Así hicimos. Todos los domingos atravesábamos el DF para ver la recuperación de Aquiles y el crecimiento exponencial de Maximus.
Finalmente Aquiles y Maximus fueron dados de alta. Lupita nos explicó cómo cuidarlos. Qué darles de comer y qué no. La temperatura del agua. Todo, absolutamente todo para que nuestras tortugas fueran felices.
Y fueron muy felices y crecieron muchísimo y de tan agradecidas que estaban por su nueva vida, desarrollaron conductas más cercanas a perritos que a tortugas. En fin, las tortugas son muy raras….
Lupita también fue feliz. La ultima vez que la vimos nos comentó que se iba a Estados Unidos contratada por una compañía muy importante. La protectora de las mascotas extrañas se fue de México. Al poco tiempo nosotros también nos fuimos.
Aquiles y Maximus también dejaron el DF y se fueron a Michoacán con Fausta, previo juramento de que los dos morirían de viejos, tranquilos en su pecera y no convertidos en un pastel de tortuga.
lunes, 1 de junio de 2020
Erundina y el miedo
Durante unos años quise ser una señora cheta, o pija, o fresa. Pero nada. No lo pude lograr. Aunque reconozco que estuve muy cerca de alcanzar el objetivo.
Regresamos a Buenos Aires y fuimos a vivir a un piso. No a un departamento. A un piso con ascensor privado, en medio del barrio de Belgrano. Qué glamour y qué derroche de elegancia me había tocado en suerte.
El piso era, como le corresponde a cualquier piso que se precie de tal, un piso enorme, con unas vistas increíbles. Unos espacios gigantes. Luz a raudales. Felicidad plena.
Y el ascensor… El ascensor dorado estaba lleno de espejos y podía verme desde todos los ángulos posibles. Además subía y bajaba los 12 pisos muy relajada porque siempre estaba en la entrada o un vigilante o el portero. Es decir, ante cualquier posible eventualidad, alguien, de manera diligente vendría en mi auxilio… Qué más podría pedir una claustrofóbica como yo? El cielo, en forma de ascensor.
En ese paraíso terrenal, había un lugar que me causaba cierta inquietud. El cuarto de servicio no me gustaba. Había solo un viejo armario, pero algo andaba mal allí. Me sentía incómoda.
Una mañana, de pasada para prepararme el desayuno la vi en ese cuarto. Estaba sentada al borde de una cama poniéndose unas botas. No me vio. Yo sí. Y el grito se escuchó en todo el edificio.
“Un fantasma en el cuarto de servicio? Impensable Ana” me dijo Carlos… “Tal vez estabas muy dormida. Y lo soñaste. O te lo imaginaste”. Tal vez. Pero no.
A partir de ahí, mi paraíso terrenal se convirtió en otra cosa. La presencia de esa mujer, descolocó completamente mis intenciones de los primeros meses.
Sentía su presencia. Me miraba. Estaba allí y me lo hacía saber. Llamaba mi atención. Hasta que llegó un punto en que no pude más con mi miedo.
Lo hablé con el portero que llevaba trabajando allí más de 30 años. Y cuando le conté mi experiencia en el cuarto de servicio me relató la historia.
Erundina que así se llamaba, murió en ese cuarto. Sola. Su cuñado y su hermana, los dueños del piso, murieron muchos años antes. Los familiares lejanos la enterraron de inmediato. El piso se cerró. Y después de un tiempo, se volvió a abrir para nosotros.
Pero, por qué la veía yo y nadie más? Mi homeópata me dio la respuesta. Ella tiene miedo y tú también. El miedo te permite verla. Ella quiere aferrarse a la vida, pero tiene que partir. Y te ha elegido a ti para hacerlo.
Pasó el tiempo y una tarde de nuevo la sentí a mi lado. Esta vez no tuve miedo. Le hablé. Un calor extraño recorrió todo mi cuerpo y se fue apagando lentamente. Respiré aliviada. Erundina se había ido. Ella se liberó y yo también.
jueves, 28 de mayo de 2020
Patria
Después de muchos años de negarme en rotundo, finalmente en Ciudad de México obtuve la nacionalidad alemana. No tuve que renunciar a mi nacionalidad venezolana, pero tener un pasaporte alemán, era como jugar en las ligas mayores.
Así que con mi nuevo pasaporte en la mano me sentí sumamente feliz. Sin embargo había algo que ensombrecía mi felicidad. No sabía hablar alemán. Y cómo podría ser alemana si no dominaba el idioma?
La vida me escuchó y en menos de tres meses, estaba en Buenos Aires sentada en un pupitre, comprometida hasta los huesos con la lengua de Goethe...
Pero una cosa son los deseos y otra muy distinta, la realidad.
Pasé 4 años en el intento. Leer, leía. Entender, entendía. Pero organizar mi cerebro para poner el verbo al final, se me hacía muy cuesta arriba. Tardaba infinitos minutos en construir una frase. En responder.
Escribí cartas en alemán a mi familia que nunca envié. Leí ávidamente Der Spiegel y Bunte. Escuché a los Beatles en su época de Hamburgo. Ví “La caída” con subtítulos en alemán y nada. El idioma se me escapaba del cerebro.
Pero en una clase en que leíamos testimonios sobre la caída del muro y la reunificación alemana sucedió el milagro, cuando el profesor de turno soltó la pregunta:
Qué es la Patria para ustedes?
Luego buscándome con la mirada, personalizó la pregunta:
Qué es la Patria para tí Ana María?
Y ahí viví la Epifanía . De inmediato vino Dios y me iluminó. En perfecto alemán y de la manera más natural le dije:
miércoles, 20 de mayo de 2020
El Bosco y el encanto de las historias bizarras.
En el documental sobre El Bosco "El jardín de los sueños"el ensayista Cees Noteboom habla de la fascinación que ha ejercido la obra del Bosco, que se remonta muchos años antes de la Revolución Francesa y se mantuvo después de ella, del marxismo, e incluso después de Auschwitz... Antes y después de muchos horrores, El Jardín de las Delicias sigue silenciosamente, invitándonos a "pensar lo impensable". Ejerciendo su poder de seducción igual y con la misma fuerza con la que cautivó a Felipe II que lo quizo en su cuarto real, para que lo acompañara en su lecho de muerte.
Luego en una conferencia en el Prado, le escuché decir a Pilar Silva, comisaria de la exposición por los 500 años de su nacimiento, que específicamente en "El Jardín de las Delicias" El Bosco pintó lo que pintó para enseñarnos algo, para que nos diéramos cuenta del horror de los desenfrenos de la carne en el Purgatorio y hacia dónde nos conducían tales desenfrenos.
Y reconoció Silva, no sin una cuota de humor, que a pesar de su enorme esfuerzo moralizante, el Bosco describió tan bien y tan detalladamente el purgatorio, que a la mayoría nos ha importado muy poco a dónde nos pudiese llevar. Y parece que siempre sucedió igual. Nos atrae la locura, la sinrazón y el caos.
Lo bizarro y lo oscuro, la guerra y el conflicto, la anarquía y el desorden parecieran triunfar con más facilidad que la paz.
Lamentablemente para muchos, la paz es aburrida.


















